#ElPerúQueQueremos

enelareachica.com

Todo lo que se juega Brasil

¿Cómo llega Brasil, la denominada 'sexta economía del mundo' a esta Copa? ¿Qué problemas tendrá que driblear para que el marcador –de la inversión y de la estabilidad social– no se le voltee?

Publicado: 2014-06-08

Dos imágenes ponen la pelota en la cancha. La primera, la de un equipo de indígenas de varias etnias, que, envueltos en sus trajes típicos y premunidos de arcos y flechas se han subido al techo del Congreso ubicado en Brasilia. La segunda, la de otro equipo, pero esta vez de expertos informáticos, ubicado en uno de los Centros de Comando Integrado (ICCC), anclado en Río de Janeiro.

Los primeros protestan por la falta de demarcación de sus territorios y la más bien veloz marcación de las canchas de los 12 estadios de fútbol que cobijarán a los 64 partidos de Brasil 2014.

Los segundos, están listos para –desde sus teclados– monitorear la seguridad, real o cibernética, durante ese mes que hará que el mundo sea una pelota.

Equipos en marcha

A tono con el aire de potencia del anfitrión, este mundial será el más ecológico, el más caro y el más tecnológico. Toda la ciber-parafernalia montada en las 12 sedes del campeonato costará 108 millones de dólares. Este material permitirá observar si hay riesgos de homicidios, asaltos, accidentes, protestas o disturbios de toda estirpe.

También de neutralizar un posible ataque de bandas informáticas como Anonymous, que ya ha anunciado que “prepara planes”. Según declaró a la agencia Reuters un hacker conocido como 'Che Commodore', estaría en marcha una suerte de ciber-ataque contra los sitios de los patrocinadores del mundial (Castrol, Budweiser, Mc Donalds, Johnson y Johnson, entre otros) y de la FIFA.

La cifra dedicada a la ciber-defensa es un sencillo para la magnitud de la inversión brasileña, que según la ONG española InspirAction asciende a más de 14 mil millones de dólares (algunas fuentes elevan la cifra hasta 16 mil millones o más). Sólo en poner al día los escenarios se ha invertido más de 3,000 millones, aún cuando varios estadios han sido solo reconstruidos.

El único estadio edificado completamente, el Itaipaba Arena de Pernambuco, ubicado en la ciudad nordestina de Recife, costó 230 millones de dólares. Los otros, a pesar de haber sido remodelados, han requerido que se haga en ellos una inversión digna del gigante sudamericano, que al parecer quiere una copa con 'tudo' grande.

El estadio Mané Garrincha, que queda cerca del recinto parlamentario, en cuyo techo se parapetaron los indígenas, existe desde 1974, pero su remodelación costó 603 millones de dólares. Otro tanto se ha invertido en dejar en las mejores condiciones los aeropuertos de las 12 sedes mundialistas, por donde circularían una parte de los tres millones de posibles turistas.

De ellos, 600 mil serían extranjeros y el resto brasileros, todo lo cual requerirá una inmensa movilización de bienes y servicios. La inmensa masa de asistentes producirá unos dos millones de toneladas de CO2, pero a la vez, –según la consultora Deloitte– hasta un aumento del 2.17% del PBI brasileño. También habría un aumento del turismo y del empleo temporal.

Este enorme aparato en juego es, en buena medida, consecuencia de una decisión política. Tal como declaró a la revista Semana de Colombia Jens Sejer Andersen, director de Play the Game (una organización danesa que vela por la transparencia en el deporte). Fue el gobierno brasileño el que pidió presentar la Copa en 12 estadios, en vez de los 10 que se usaron en Sudáfrica 2010.

¿Gol económico?

A estas alturas del partido, y durante y después del mundial, la pregunta que flotará en las gradas, las canchas y las calles será la siguiente: ¿Será, un buen negocio para Brasil echar a andar toda esta maquinaria, que incluye a ‘Brazuca’, una pelota que fue lanzada al espacio para ver si resistía vientos de más de 100 kilómetros por hora?

Paradójicamente, una pronta eliminación de Brasil en el torneo podría jugar a favor de la economía del país, tal como sostuvo la semana pasada la cadena noticiosa Deutsche Welle (DW), acaso frotándose las manos por esa posibilidad. La razón es sencilla: el gobierno ha anunciado que establecerá ‘jornadas no laborables’ el día que juegue su selección. Y eso cuesta.

Si el equipo anfitrión avanza, se irán sumando encuentros. Si llega a la final, serán 7 partidos y 7 días sin trabajo, lo que, llevado a números –dice DW- arroja un costo de 13,000 millones de dólares. La compensación que pueda venir por otras fuentes, como el turismo, no sería suficiente para que, en el balance global, el saldo sea positivo y económicamente goleador.

Desde el punto de vista oficial, por supuesto, la visión es otra. Funcionarios como Gilberto Carvalho, ministro de la Secretaría General de la Presidencia, sostienen que el comercio, la hostelería y otros servicios, o la infraestructura ya puesta en marcha activarán la economía brasileña, cuyo crecimiento en los últimos meses ha sido modesto.

Según el Banco Central de Brasil (BCB), el país sólo creció 1.9% en el segundo semestre del 2013, un nivel muy distante de los tiempos de Lula, en los cuales sacó pecho con índices de hasta el 7%. Por futbolera añadidura, son la FIFA y sus socios (Adidas, Sony, Coca-Cola. Hyundai y Emirates) quienes se llevan los beneficios directísimos del magno evento.

Es decir, la millonada que viene por derechos de televisión o merchandising (cientos o miles de millones de dólares), en tanto que el país sede tiene que confiar en que toda la agitación propia de la copa haga pases certeros a los rubros propios de la economía local, que puede beneficiarse gracias a esa multitud que llegará a alojarse, comer, movilizarse y divertirse.

Calle caliente

Hay quienes parecen tener claro que la ecuación no cuadra y de allí que, desde la Copa Confederaciones realizada en junio del 2013, vienen protestando a pie y furia en varias ciudades brasileñas. El grupo de manifestantes que en los últimos días han invadido las calles, va desde el ‘Bloque Negro’, un movimiento algo radical y violento, hasta ciudadanos espontáneos.

También indígenas, como los que se mostraron en pie de guerra en Brasilia. O el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), que junto con otros colectivos viene enarbolando un lema que suena demoledor: “No va a haber Mundial”. La amenaza suena exagerada, aunque expresa un sentimiento que ha crecido entre la ciudadanía.

La demanda central, que une a esta especie de ‘torcida’ de manifestantes, es que se está invirtiendo mucho, demasiado, en dos megaeventos deportivos –el Mundial y los Juegos Olímpicos ‘Río de Janeiro 2016’– mientras hay sectores como la educación o la salud que andan desguarnecidos. “No lleve a sus hijos a un hospital, llévelos a un estadio”, rezaba un cartel.

Varias encuestas, además, van registrando ese descontento que, de pronto, ha hecho que una parte de Brasil aparezca ante el mundo más apasionado por sus protestas que por ‘Brazuca’ o ‘Fuleco’, el armadillo que funge de mascota de Brasil 2014. La más reciente encuesta del Pew Research Center, una empresa con sede en Washington, ha dado nuevas señales de alerta.

Según ella (se publicó el martes 3 de junio), 6 de cada 10 brasileños está en desacuerdo con el Mundial, en un contexto que también registra un 72% de los ciudadanos que muestra un “nivel general de insatisfacción”. El año pasado, ese porcentaje llegaba al 55%, de modo que se puede pensar que, mientras más se acerca el torneo, las ganas de protestar se han incrementado.

Sólo un 34% cree, según el sondeo, que el evento creará empleo. En un país donde, a pesar de los avances sociales propiciados por los tres gobiernos del PT (Partido de los Trabajadores), subsiste una capa de pobres de un 15.9%, y una importante masa de ‘indignados’ que quieren mejores servicios, la cuestión social sigue siendo un partido pendiente.

Marcador positivo

La confianza de las autoridades, la presidenta Dilma Rousseff incluida, radica en que una vez que la pelota comienza a correr las aguas se calmarán, el pueblo se entusiasmará y la indignación ciudadana será un recuerdo. Difícil pronosticarlo, porque aún se ve a mucha gente en la calle con ganas de poner piedras en la cancha.

La represión policial, además, ha echado fuego a la hoguera manifestante y hasta ha generado una protesta de Amnistía Internacional, por el uso indiscriminado de balas de goma y gas lacrimógeno. Y los desalojos para emprender las obras de infraestructura también han acicateado la indignación en marcha. Entre 150 mil a 250 mil personas habrían sufrido esa experiencia.

Las cifras son de ‘Articulación Nacional para la Copa del Mundo’, uno de los colectivos que, si bien no quiere aguar la fiesta, al menos pretende poner algunos asuntos en el tablero de discusión. No todas las familias pobres, sin embargo, ven el torneo como una amenaza o como algo que no les incumbe o los asfixia. En algunos barrios modestos han surgido emprendedores hoteleros.

Tal como reporta Reuters, en la favela Cantagalo de Río de Janeiro se alquilan habitaciones al súper módico precio de 30 dólares, una tarifa muy distante de la que cobran los numerosos hoteles que se alistan para recibir a los visitantes. Habrá un déficit de alojamiento –esperemos que no de goles–, por lo que parece un buen momento para ese negocio al paso.

De otro lado, la lucha contra el racismo será, al parecer, uno de los logros que, probablemente, se pueda respirar en el mundial. La propia FIFA, en coordinación con el gobierno brasileño, ha lanzado una campaña para neutralizar esa lacra, que asoma en los estadios, y, en el partido inaugural, tras el sorteo en la mitad de la cancha, 3 niños soltarán unas palomas al aire.

La idea es darle un sentido pacífico al evento, luego de varios meses en los que han proliferado repudiables actos de discriminación, como el que sufrió el mundialista brasileño Dani Alves en España, en un partido del Barza contra el Villarreal. La campaña oficial antirracista y por la paz ha sido montada en las redes sociales y está teniendo una acogida importante y militante.

Rueda el balón...

¿Qué más trae Brasil 2014? Pues algo también relativamente inédito: una guía denominada ‘Salam Brasil’, promovida por la Federación de Asociaciones de Musulmanes en Brasil (Fambras), para que los cerca de 50 mil hinchas musulmanes que asistan a los estadios sepan dónde hay mezquitas o restaurantes de comida ‘halal’ (la permitida por el rito islámico).

Esto se hace pensando en los equipos de Irán, Argelia o Bosnia, países de mayoría musulmana, o en los de Francia y Camerún, donde también hay fanáticos y jugadores de esa fe. Brasil, en suma, puede, más allá de sus problemas, hacer de este certamen un encuentro de respeto, diversidad y sostenibilidad. Un partido que redima en algo las penas máximas de este mundo.

Publicado en DOMINGO de La República el 8/6/2014


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Meditamundo

Un blog de Ramiro Escobar