Adivina, adivinador
Más allá del juego, el descubrimiento.
Bajo su apariencia de pasatiempo infantil, estos juegos de ingenio nacen del mismo proceso de comparación y de intuición del que nacen las metáforas (comparaciones abreviadas) y casi todo el mecanismo del arte, que no es sino una continua revelación de armonías.
Las adivinanzas suelen proponerse a los niños como un simple juego verbal donde las palabras se descomponen o recomponen. Ejemplo de esto es “Oro no es, plata no es/ abre la cortina y veras lo que es” en que la respuesta es “plátano”, que ha sido dividido. O, también frutal esa de “Si quieres que te lo diga espera”, en que hay que quebrar la última palabra.
Pero hay otras que son más difíciles porque encierran verdaderas metáforas. Esa dificultad es prueba de que va más allá del juego. Es un descubrimiento de analogías.
“Con el pico picotea/ Con la cola tironea” (La aguja)
“Largo, largo como un lazo/ Redondo como un cedazo” (El pozo)
“Una mulita cargada/ Que se pierde en tu quebrada” (El tenedor y el bocado)
“Al agua se arroja/ Pero no se moja” (La sombra)
“Rubio bailando/ Negro quedando” (El fuego y la ceniza)
“Mudo soy, ciego soy/ Todas tus señas te doy” (El espejo)
“Palito liso/ que Dios lo hizo” (La víbora)
“Cuatro niñas avanzan/ Jamás se alcanzan” (Las ruedas)
“Cortarlo podrás/ Partirlo jamás” (El cabello)
Existen incluso los que se prestan al juego de las dobles intenciones y la malicia erótica: “Meto lo duro en lo blando/ y dos se quedan colgando” (Los aretes)
No se crea sin embargo que sólo haya acertijos pareados. También los hay en cuatro versos ya sea asonante o consonante
¿Qué es una sábana grande
Que no se puede doblar
Llenita de tanta plata
Que no se puede contar?
(El cielo)
Estudiante que estudias
Letra menuda
Es un ave que vuela
Sin tener plumas
(El murciélago)
Aunque notoriamente el origen de las adivinanzas como arte es europeo, las hay que son producto propio de nuestras tierras. Ricardo Rojas, al hablar de lo popular en su Historia de la Literatura Argentina nos regala una:
En un campo verdeguin
Está un potro potranquin
Blanca la cola y la crin
Seña de tan buen rocín
(El guanaco)
En cambio otras revelan a lo lejos su estirpe hispana:
Entre sus paredes blancas
Hay una flor amarilla
Que se puede regalar
A la reina de Castilla
(El huevo)
Se comprenderá que la mayoría de estos pequeños poemas son anónimos. Pero no es norma inamovible. Hay lo que podríamos llamar “adivinanzas de autor”. Cervantes amenizó las páginas de la Galatea con “Enigmas de pastores” sobre el vino, el carbón, la carta, las celosías, los grillos, las tijeras. Todos compuestos en décimas que los ficticios pastores se proponían al son de sus rabeles.
Algo parecido ocurre en el argentino Martín Fierro en el duelo poético que tiene el protagonista con el negro. Pero con una diferencia grande. En este caso no se trata de adivinar un objeto sino de improvisar un poema que pueda dar cuenta de la pregunta formulada. Así, ante la pregunta ¿cuál es el canto del cielo? el negro responde:
Los cielos lloran y cantan
hasta en el mayor silencio;
lloran al cair el rocío,
cantan al silvar los vientos,
lloran cuando cain las aguas,
cantan cuando brama el trueno
Para terminar debo recordar a un poeta peruano, “El poeta de las adivinanzas” al decir de Ricardo Palma, Esteban de Terralla y Landa:
Pico sin tener enojos
Y sin nacer soy de corte
Pero muchos con arrojos
Los dedos viendo mi porte
Me los meten por los ojos
(Las tijeras)
La bilis suelo exaltar
De la flema adversa soy
Muy gustosa al paladar
Y tan manifiesta estoy
Que en el dedo vengo a estar
(La yema del huevo)
Soy yo de tal calidad
Que me gasto y no me pierdo
Tengo el nombre de ciudad
Con cierta fruta concuerdo
Y muerdo en la realidad
(La lima)