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Los 'gringos' y el fútbol

Steven Levitsky reflexiona sobre el crecimiento de este deporte en Estados Unidos (y sus opositores) en su columna "El Fútbol y el Futuro Norteamericano "

Según la derecha anti-fútbol, el soccer es “anti [norte] americano,” “colectivista,” y hasta “socialista”. El columnista C. Edmund Wright compara la regla de posición adelantada a los impuestos y regulaciones económicas porque no permite que los jugadores individuales corran riesgos para avanzar (en términos limeños, la regla de posición adelantada sería “chavista” o “como Maduro”).

Steven Levitsky

Publicado: 2014-07-08

La pasión por el fútbol ha llegado a los EEUU. Unos 100.000 gringos (entre ellos, el vicepresidente Joe Biden) viajaron a Brasil para el Mundial. Más de 20 millones vieron los partidos EEUU-Portugal y EEUU-Bélgica por TV, superando el rating de los campeonatos de béisbol y básquet. En las ciudades norteamericanas, los bares y las plazas públicas se llenaron durante los partidos de la selección norteamericana. 

La pasión norteamericana por el fútbol no se limita al Mundial. Hace 30 años, pocos gringos sabían qué cosa era Barca o Liverpool. Hoy sus camisetas están en todos lados y hay clubes de hinchas de los equipos del Premier League. El año pasado, Messi fue uno de los 10 deportistas más populares en los EEUU.

Los norteamericanos juegan también. En 1967, 100.000 estadounidenses jugaban fútbol; hoy juegan 15 millones. En 2013, 6,6 jóvenes jugaban en un equipo de fútbol [incluyendo mi hija, Alejandra, que metió ocho goles en sus últimos siete partidos], convirtiendo el fútbol en el segundo deporte de equipo más jugado por jóvenes norteamericanos, después de básquet. Según una encuesta de ESPN, el fútbol era el cuarto deporte más popular en los EEUU en 2011. Entre los jóvenes (12 a 24 años), salió segundo.

Pero si hay más gringos gritando los goles de Dempsey y discutiendo el pase de Suárez al Barcelona, también ha surgido una especie de movimiento “anti-fútbol”, sobre todo en la derecha norteamericana.

Según la derecha anti-fútbol, el soccer es “anti [norte] americano,” “colectivista,” y hasta “socialista”. El columnista C. Edmund Wright compara la regla de posición adelantada a los impuestos y regulaciones económicas porque no permite que los jugadores individuales corran riesgos para avanzar (en términos limeños, la regla de posición adelantada sería “chavista” o “como Maduro”). Wright asocia el fútbol internacional con “organismos internacionales que quieren tratar a los EEUU como cualquier otro país”.

No son opiniones marginales. En 2010, la cruzada anti-fútbol fue encabezada por Glenn Beck, una estrella de FOX TV con millones de televidentes diarios. Beck declaró en al aire: “No queremos el Mundial. No nos gusta el Mundial. No nos gusta el fútbol. No queremos nada que ver con ello”. Luego dijo del fútbol: lo odio tanto, probablemente porque al resto del mundo le gusta tanto… y siempre quieren imponerlo.

En 2014, la voz del anti-futbolismo ha sido la columnista derechista Ann Coulter, que escribió que el crecimiento del fútbol muestra la “decadencia moral” de la sociedad norteamericana. Para Coulter, el fútbol es anti-individualista: no pone el debido énfasis en el éxito o el fracaso individual; sofoca el atletismo individual y minimiza la competencia (muchos empates 0-0, dice). Otro pecado del fútbol, según Coulter, es su origen: “es del extranjero”.

Aunque sus argumentos sean ridículos, Beck y Coulter no son tontos (sus libros venden millones de ejemplares). Conocen a su base. Y su base es un sector –blanco, protestante, y no urbano– que es profundamente conservador.

El anti-futbolismo gringo surge de dos fuentes principales. Uno es la hostilidad hacia la inmigración. La inmigración está cambiando la cara de la sociedad norteamericana (como ha hecho durante toda nuestra historia). El número de personas de origen latinoamericano en los EEUU aumentó de 9 millones en 1970 a 53 millones en 2012. Dejamos de ser un país blanco y protestante. Aunque la mayoría de los norteamericanos cree que la inmigración beneficia al país, hay un sector –quizás un tercio de la población– que se siente amenazada por ella. Para ese sector, el fútbol forma parte de una invasión extranjera. Como Coulter, lo asocia con otros idiomas, culturas y colores de piel. De hecho, Coulter atribuye el crecimiento del fútbol en los EEUU a la inmigración latinoamericana.

El segundo fuente del anti-futbolismo es la resistencia a la globalización. La difusión internacional de capital, ideas, bienes y modas ha acelerado en las últimas décadas.

Los países pequeños suelen abrazar a la globalización. En Bélgica, Eslovenia, Taiwán o Costa Rica, por ejemplo, ocuparse del mundo y adaptarse a los cambios internacionales es algo casi instintivo. Pero a los gringos nos cuesta. A partir de la Segunda Guerra Mundial, los EEUU se convirtió el principal exportador de ideas (liberalismo), cultura (Hollywood) y productos comerciales (Coca Cola) en el mundo. Nuestra autopercepción como fuente mundial de ideas fue reforzada por el colapso del comunismo. En los años noventa, los gringos nos creíamos –con tremenda arrogancia e ingenuidad– el principal exportador del capitalismo y la democracia.

El poder y la influencia de los EEUU han disminuido en las últimas décadas, y la globalización ya es en una calle de doble vía. Pero muchos gringos se acostumbraron a vivir en un mundo dominado por los EEUU. Y en vez de adaptarse al cambio, miran hacia atrás queriendo volver a una época que ya fue. Como preguntó el derechista G. Gordon Liddy durante el Mundial de 2010: “¿dónde está el excepcionalismo americano?” El anti-futbolismo surge de la nostalgia por un pasado excepcional.

Repudiar al mundo de esa manera sería peligroso. Gran parte del éxito de los EEUU se debe a su abertura hacia el mundo. Nuestra constitución fue diseñada en base de ideales ingleses y franceses. La industrialización fue producto del comercio internacional y las ideas, capitales y mano de obra de millones de inmigrantes. Hasta la nuestra “comida típica” originó en Europa: los “hot dogs” vienen de Alemania; los papas fritas son de los (malditos) belgas.

Si EEUU mantiene su abertura hacia el mundo –si abraza a los inmigrantes y a la globalización–, seguiría siendo una potencia económica y geopolítica. Pero si insiste en mirar hacia atrás, o al ombligo, va a terminar mal.

El fútbol podría ser una prueba. Si el 4 de julio de 2022, millones de gringos se escapan de los desfiles y barbacoas tradicionales del Día de la Independencia, ponen sus camisetas de DeAndre Yedlin o Julian Green, y buscan dónde ver el Mundial, estaremos bien.

Fuente: La República

BONUS:

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