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José Watanabe inacabable

Este año se cumplen veinte años de la publicación de "Historia Natural" (Peisa, 1994) y quince de "Cosas del Cuerpo" (Caballo rojo, 1999).  

Publicado: 2014-08-16

José Watanabe es unas de las voces poéticas más originales de la segunda mitad del siglo XX. Sus versos sencillos (influidos por el haiku japonés) y llenos de plasticidad esconden profundas reflexiones sobre diversos temas como el paso del tiempo, el paisaje, el erotismo, la enfermedad y la naturaleza. Para tener un mejor acercamiento a la obra del vate, compartimos esta reseña, escrita por el poeta y crítico literario Luis Fernando Chueca, sobre el libro Cosas del cuerpo, que cumple 15 años de publicaciónEl texto de Chueca se publicó originalmente en el número 5 de la revista Vórtice (junio, 1999) a poco de haber aparecido el volumen. 

Palabras del cuerpo

Por Luis Fernando Chueca

Mi acercamiento a Cosas del cuerpo (Caballo rojo, 1999) me lleva a hacer de esta no solo una reseña del libro de José Watanabe (Laredo, Trujillo, 1946), sino también del proceso de lectura de dicho libro y del acto de escritura de la propia reseña. Así comienzo.

Cosas del cuerpo, en una lectura inicial, se pone frente a los dos libros anteriores del poeta: El huso de la palabra (Colmillo Blanco, 1989; uno de los picos de la poesía peruana de las últimas décadas) e Historia natural (Peisa, 1994; casi una segunda parte -aunque añade la memoria de la infancia y el paisaje rural-, en nada desmerecedora, de El huso de la palabra). Aparte, algo más lejos, se mantiene Álbum de familia (Cuadernos trimestrales de poesía, 1971), libro de juventud de Watanabe que, sin embargo, entrega algunas claves para la comprensión global de la obra del poeta: la cotidianidad familiar, los recuerdos recuperados desde el tono parabólico de los poemas, los referentes de la naturaleza, etc. Cosas del cuerpo continúa, al parecer, la magistral serie conformada por los dos libros que lo preceden, pero no logra el mismo brillo. Así, sin dejar de ser un libro importante, se coloca a cierta distancia, casi al frente. El juicio natural, sin embargo -y siempre en esta primera lectura-, invica los mismos criterios utilizados en la lectura de los libros anteriores del poeta.

Así fue mi primer acercamiento al libro y mi primera dificultad al escribir esta reseña. Y considero importante mencionarlo porque,según lo publicado o a partir de conversaciones, creo que esta lectura no ha sido exclusivamente mía. Me parece, sin embargo, que aquí subyace un ligero error de perspectiva. Una confusión que, aunque justificable, no deja de serlo. Cosas del cuerpo -lo afirmo ahora y lo explicaré en lo que sigue- no se propone como continuación del hacer poético de Watanabe; es más bien el inicio de un momento poético nuevo, que supone -como es lógico-continuidades frente a lo central de la poética del autor en los libros anteriores, muy marcadas incluso, pero desarrolla con fuerza, el mismo tiempo, ciertas líneas y estrategias de escritura hasta ahora marginales y periféricas.

“El lenguado”, texto que abre el conjunto, me permite iniciar la explicación de lo antedicho. El poema es definitivamente uno de los mejores del conjunto, y, desde la perspectiva de Cosas del cuerpo como prolongación del impecable registro del poeta, magistral como cualquiera de los libros anteriores. Cabe, a partir de él, recordar a Watanabe como heredero de la tradición del haiku y recordar, también, la fina sensibilidad, calidad de artesanos del lenguaje y sabiduría de los maestros del breve poema oriental. “El lenguado”: un haiku desplegado que nos acerca -a través de las imágenes que el ojo recoje o recrea desde la naturaleza- al hombre, a sus miedos y sus máscaras; a su condición de materia y al anhelo de unión a la totalidad.

Una segunda (o tercera) lectura de “El lenguado” -y de los siguientes poemas- nos revela, sin embargo, una poética de renovación. Diferente (o más bien, diferenciándose). Son varias las razones: composicionales y temáticas. Los versos de Cosas del cuerpo, en primer lugar, son más breves que los de Huso de la palabra e Historia natural, y son más puntualmente narrativos. Más secos. Encontramos también menos frases sabiamente sentenciosas. Si bien continúan los poemas que en un momento del discurso (generalmente referido al pasado) descubren, a través de su estela reflexiva, el velo tras el cual nos sumergimos en una sabiduría fina y deslumbrante que salta de lo cotidiano a lo universal (“El lenguado”, “Restaurante vegetariano”, “Las malaguas”, “El maestro de Kung-Fu”, “El guardián del hielo”), otros, sin abandonar la reflexión, nos acercan -quizá menos filosóficos, pero no menos sabios- a los territorios de una emotividad más pura y más directa. En esta línea encontramos los textos que abordan, con más o menos sutileza, el erotismo (“El baño”, “La ranita”); los poemas que, escépticos pero estoicamente, muestran a un sujeto perdedor o en desamparo (“Los tablistas”, “El ojo”, “Cielo del hospital”, “El devoto”); y los sencillos aunque hondos textos sobre entrañables personajes de la biografía del sujeto poético (“Desagravio (i.m.)”, “Nuestra reina”, “Canción”, “La turbia”).

Otro rasgo que adquiere mayor importancia en el discurso poético de Cosas del cuerpo es el ingreso del futuro, del condicional, del deseo y de la hipótesis. En el ejercicio reflexivo de los poemas, el pasado tiene, en El huso de la palabra, la preeminencia. Desde ahí, como quedó dicho, se levanta el manto de hondura y sabiduría que caracteriza la voz de Watanabe. En Historia natural, si bien sigue el pasado mayoritariamente invocado, comenzamos a sentir un cambio que en Cosas del cuerpo se profundiza: los remates de los poemas (esos momentos en que la iluminación se desborda y los sentidos parabólicos del texto alcanzan al lector) incluyen otros tiempos y dan paso al desconcierto, a la incertidumbre, a la duda. Por eso, también, los poemas lucen menos contundentes en su sabiduría. Watanabe incluye en sus textos una dosis de inseguridad que, paradójicamente -y en un sentido distinto al esperado- enriquece su poética. Finalmente, y aunque no es una novedad en la poesía de Watanabe -lo vemos en las secciones “Krakenhaus” y “El otro cuerpo” de los libros precedentes-, la elección del cuerpo como nudo temático desde el cual poetizar es en Cosas del cuerpo neurálgico y se mueve en diversos registros; así, el poeta se aproxima a una tradición transitada por poetas como Vallejo, Eielson y Blanca Varela, pos solo citar algunos nombres. El último libro de Watanabe muestra -como querían los existencialistas- un “cuerpo vivido”: cuerpo encarnado, fusión indesligable del espíritu y materia. Aborda, desde su textualidad, el riesgoso -y hermoso- sentido del ser: un cuerpo que se permite el gozo, el deleite, la pasión por la vida. De acuerdo con lo visto, no estamos en Cosas del cuerpo frente a una poética que continúa deslucidamente a los libros anteriores, mostrando las huellas de su desgaste y los engranajes de su retórica (“las muchas astucias de los pobrecitos poetas”), dice el poeta el Historia natural), sino ante una nueva búsqueda que está sintetizada sutilmente en el poema que cierra el libro. El aparente menor brillo de los poemas es, en realidad, la apuesta por la palabra esencial: “una sola / la que hace sonar / a las otras”, la que solo se consigue “con un resabio de sangre en la boca / como si estuviera masticando / mi propia lengua”- Una palabra, tan esencial y primaria como el propio cuerpo que habitamos, que somos.

Mira el documental "El guardián del hielo" producido por LaMula.pe sobre José Watanabe

Todo lo que necesitas saber de José Watanabe aquí.



Escrito por

Manuel Angelo Prado

He publicado dos libros: Estación (2011) y Hemiparesia izquierda (2017). Escribo y tomo fotos.


Publicado en

Redacción mulera

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