Recorrer el Centro de Lima por la noche es como entrar en otra realidad. A partir de las ocho de la noche, el ambiente cambia y la inseguridad ciudadana empieza a tomar las calles. Es a partir de esa hora que las meretrices, damas de la noche, salen a circular y ejercer su oficio. Ellas, amparadas en la oscuridad de la noche ocupan diferentes esquinas.  

Viernes por la noche, en la ciudad muchos salen a divertirse y disfrutar el fin de semana. La plaza San Martín se llena de gente y el alboroto de los centros nocturnos llena de bullicio las calles de la ciudad, donde un contingente de policías pide documentos a las personas que considera sospechosas. Pero el panorama cambia a unas cuadras de distancia, En el cruce de Nicolás de Piérola con Cailloma señoritas jóvenes, adultas y travestis, apostadas en la pared esperan pacientemente a que un parroquiano contrate sus servicios. Visten faldas cortas y escotes pronunciados, mostrando sus carnes a pesar del intenso frío.

Pasamos por la av. Alfonso Ugarte, donde hay una mayor cantidad de prostitutas, apoyadas en las paredes y conversando entré sí, un par pasa por nuestro costado mientras le da una probada a un porro de marihuana. Más adelante otra conversa jovialmente con su proxeneta. El paisaje es tan común que incluso se han instalado gran cantidad de hostales, donde a vista y paciencia del serenazgo se ejerce este innoble oficio. La policía no puede detener a las meretrices porque la prostitución callejera no está calificada de delito. La mayoría vive por acá, son vecinos, por eso ni los policías, ni los serenos pueden hacer mucho. Sin embargo, La ordenanza 1718 del Municipio, publicada en julio del 2013, sanciona con S/. 7 400 a quien ejerce la prostitución, al proxeneta y al cliente.

Al percatarse que nuestra presencia se esconden de nuestras cámaras y nos gritan improperios, teniendo que retirarnos. Pedimos entrevistar a una de ellas, nos responde que por S/. 30 nos concede la entrevista pero tiene que ser bajo techo porque hace frío. En los alrededores hay varios hoteles, con precios que fluctúan desde los S/. 20 hasta los S/. 60. El cuarto nos costó S/. 30 está aparentemente limpio, un fluorescente que ilumina la pieza refractando en las paredes esmaltadas de verde esmeralda.

Cecilia o “Sexilia”, como la llaman sus clientes, dice tener veinte años, aunque no se sabe si miente para aparentar ternura, porque “a los hombres les gusta eso” comenta. De piel cobriza, rasgos gruesos, senos pequeños y un gran amor por su hija de dos años, a quien encarga a una amiga cuando “sale a conseguir el pan”. Una vecina, que también es su colega, le dijo que en la calle iba a ganar S/. 200 por noche, aunque tiene que dejar S/ 50 al encargado del hotel, quien es su “caficho” Cecilia cobra por sus servicios S/. 40 por veinte minutos.

A nuestra salida nos percatamos que varios taxistas se detienen y conversan amicalmente con algunas suripantas. Uno de los taxis se detiene en la puerta del hotel, baja un caballero un tanto obeso, de edad mediana, el taxista hace una seña y se acerca una señorita joven, luego de conversar un rato acuerdan un precio y se adentran a uno de los hoteles cercanos. El taxi sigue estacionado, su chofer conversa jovialmente con una de las señoritas y luego se retiran cada quien a continuar con su oficio nocturno.

Avanzamos unas calles más, cruzando la Plaza 2 de Mayo, donde la forma circula ilumina varios letreros de partidos políticos, clases de oratoria y canto llegando hasta Guzman Blanco. Decidimos pasar en un carro, advertidos de que en esas calles han sido tomadas por travestis y transexuales belicosas, dispuestas a atacar a cualquiera que las fotografie. En la puerta de una iglesia Evagélica cuyo nombre es Catedral de la Fe vemos dos travestis apostadas. El auto está detenido en la luz roja del semáforo, por lo que vemos que en ambos lados de la calle se encuentran los travestis, compartiendo la calle con algunos ladrones capaces de quitar la cartera a algún transeúnte descuidado que ose pasar por esas calles.

Los transexuales saben cómo atrapar a sus víctimas, les bailan, se contorsionan o incluso muestran sus atributos para ganarse algunos soles. Hace unos meses los vecinos de esta calle salieron a protestar para que erradiquen a estas lacras, pero a las pocas semanas volvieron.

En nuestro recorrido nos nos cruzamos con muchos transeúntes quienes pasan sin verlas, como si no existieran, para invisibilizarlas y sentir que esa realidad no existe. Pero quienes realmente sufren de la inseguridad que reina en las calles son los vecinos, víctimas principales que cada día tienen que limpiar los charcos de orina dejados en la puerta o pared de su casa, ya sea por un travesti o un cliente esporádico.