Convivimos diariamente en una combi, pero conocemos poco de la vida de los personajes que tanto odiamos...
Detrás de un cobrador de combi


Me levanto a las cuatro de la mañana. A veces me baño, otras no. No tengo tiempo para hacerlo, considerando que llego a las doce de la noche. Mi horario de trabajo es muy largo, pero no consigo nada más. El Perú dicen que está creciendo. Si así fuera, no tendría que hacer este trabajo que tanta gente odia, pero hay que mantener a la familia.

Ya llevo cuatro años en esto. No terminé el colegio. Fue a los quince años que comencé en esta chamba. Mi papá abandonó a mi mamá y nos quedamos, mis cuatro hermanos y yo con mi viejita, que no se daba abasto para todas las necesidades que teníamos y nos obligó a abandonar. "Ustedes ya saben leer, sumar y restar, no necesitan más", fueron las 'sabias' palabras de ella.

Mi hermano mayor y yo tuvimos que comenzar a trabajar. Al principio me gustó más que ir al colegio, no lo voy a negar, pero cada vez tenía que hacerlo por más horas porque necesitábamos ganar más plata para que pudiéramos comer. Terminaba muerto, no solo físicamente, sino también mentalmente. Nunca creí que tratar con personas fuera tan complicado.

Salimos del paradero de Ventanilla y nos vamos hasta La Molina, atravesando los principales distritos de Lima, en una 'custer' que maneja, Don Roberto, un compadre de mi mamá. Mi hermano mayor hace lo mismo en otra empresa, como si nuestro destino fuera únicamente éste.

No soy choro. Nunca lo fui, pero muchos creen que sí. Es el típico prejuicio que hay en este país, que puede crecer económicamente, pero como sociedad nos quedamos estancados. Mi cara no quiere decir que sea un delincuente. No tengo la culpa de eso. No sé que significa ser 'cholo'. Aún nadie me lo sabe describir con precisión, pero supongo que la gente cree que soy eso.

Don Roberto pasa por mí a las cuatro en punto y vamos rápidamente a tomar un emoliente y un pan con queso. A veces, solo emoliente y a veces, nada. No puedo gastar lo poco que gano en tomar desayuno todos los días.

Siempre trato de estar alegre. Nadie es responsable de la situación en la que vivo. Ni yo, ni mi viejita, tal vez mi viejo sí, pero ya se fue, así que no sirve de nada echarle la culpa. Por eso, y por mi familia, trato de hacer mi trabajo bien...pero no me dejan.

El primer paradero siempre está lleno. La gente que va a sus trabajos salen apurada por la hora y sabiendo que hay pocas unidades se trepan al vehículo. Yo grito lo más fuerte que puedo, "Faucett, La Marina, Javier Prado" y ellos trepan, empujándose unos a otros. Les digo que avancen al fondo para que otros puedan subir y llenar el carro para irnos rápidamente.

Don Roberto es buena gente, pero con tal de llenar el carro, se puede quedar diez minutos esperando en luz verde mientras los demás carros tocan sus bocinas. "Calla gallo hervido" es su frase preferida cuando alguien se atreve a insultarlo. Siempre me da risa cuando la dice, aun sabiendo que es sinónimo de que está cometiendo una falta.

Al cobrar el pasaje viene lo peor. Es la tarea más difícil. Felizmente, sí se sumar y restar como dijo mi viejita, pero en el colegio no te enseñan a tener paciencia. La pelea por el medio pasaje y y lo poco que quieren pagar por llegar a su destino es la causa de todas las peleas.

"¿Por qué me cobras así, si yo siempre pago tanto?", comienzan. "Ahí está el tarifario" les digo, pero no quieren comprender. Es un tira y afloja donde los dos salimos perdiendo porque el mal momento hacen que comencemos el día de mal humor.

"El medio es un sol, no un sol cincuenta", "pero si va de Ventanilla hasta La Molina no le voy a cobrar lo mismo", respondo. "Entonces me bajo". "Bájese, si quiere". Nunca se bajan. Saben que no van a encontrar otra combi a esa hora.

El ánimo ya comienza a cambiar y solo ha pasado media hora desde que comencé a trabajar. Pongo mi vida en riesgo al ir colgado de la puerta, pero a más pasajeros más gano, así que no importa. Total, no creo que me caiga.

"Faltan veinte céntimos". "Siempre pago un sol". No sé cuántas veces tengo la misma discusión y no sé si será cierto que siempre paguen lo mismo. Pero entre peruanos siempre nos queremos ver la cara de cojudos, y yo no dejo que me la vean, así que me tengo que poner fuerte y terminamos peleándonos por veinte céntimos. No siempre los cobradores tenemos la culpa, pero parece que fuera así, porque los demás pasajeros comienzan a gritarme, "abusivo", "ladrón", "desgraciado"...todo eso por hacer mi trabajo. Yo también quisiera trabajar en una oficina, sentarme tranquilo y no hacer nada, como muchos de ustedes, pero no puedo, así que déjenme trabajar.

El calor es insoportable a las ocho de la mañana. El olor también. Muchos creen que soy yo, pero no. Si bien a veces no me baño, sí me lavo con agua y jabón y me echo desodorante, así que no me culpen.

Las gotas de sudor comienzan a caer de mi cara. Mi gorra me protege de sol, pero no de la gente.

"Avancen que está en verde" gritan los desesperados pasajeros mientras yo me hago el loco porque no hay forma de hacerle entender a Don Roberto que arranque, así que sigo llamando.

Un policía nos para. Ya sabemos lo que quiere. Siempre tenemos un guardado para ese tipo de 'contingencias policiales'.

Después de palabrearlo entre Don Roberto y yo, le bajamos diez soles al tombo. No me siento orgulloso pero tengo que cuidar mi trabajo y no podemos permitir que nos multen porque nos descontarían de lo poco que ganamos.

Quiero ir al baño, pero no sé donde y como siempre debo orinar tapado detrás de un árbol. Siento que la gente me mira. Algunos me dicen cochino. Deberían hacer baños públicos. ¿No que el Perú está creciendo?

Me subo nuevamente. Llega la hora del almuerzo. Esa es la hora más calmada. Generalmente, como algo barato. Un menú de cuatro soles que incluye una buena sopa y un segundo cumplidor, con frecuencia basado en menestras. Hoy no. Hoy solo tengo para la sopa.

Almorzamos rápidamente en nuestro punto de partida y volvemos a salir. Barriga llena corazón contento suelen decir. Y, ¿si la barriga no está ni la mitad de llena? Bueno, es mi problema.

La gente suele subir a veces con sándwiches, pan calentito o algunos, su pollo a la brasa. Me contento con olerlo y sigo mi chamba.

Otra vez los pleitos con los pasajeros. Esta vez pierdo un poco la paciencia. Quieren ir desde La Marina hasta Pershing con china. "La china ya murió" le digo, "bájate". Poco a poco pierdo los papeles. La gente me mira con desprecio, como si fuera un salvaje y no saben lo difícil que es hacer lo que hago. Está bien, no es excusa, pero no puedo evitar sentirme molesto y frustrado porque no me veo haciendo otra cosa en el futuro. No siempre tu destino depende de ti. O al menos ese es mi caso.

Luego de una agotadora jornada llego a mi casa. Abro la puerta y veo a mi viejita llorando. Mis hermanos duermen, menos uno.

"Julio se ha muerto", me dice, mientras se le entrecorta la voz. No entiendo qué pasa. Mi hermano mayor se murió. Se cayó de la combi en la que trabajaba. Le acababan de avisar. No tengo tiempo de llorar, mañana tengo que trabajar el doble.