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blog de lamula.pe, de larcery díaz suárez

Blog de LAMULA.PE gana Premio de Periodismo

En Concurso sobre "Historias del Cambio Climático", de IPYS.

Publicado: 2014-12-18

El periodista Larcery Díaz Suárez ganó el Premio de Periodismo convocado por el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS) en la Categoría “Historias del Cambio Climático”-Mejor Blog, que mantiene en las páginas de LAMULA.PE.  

Jason Ticona, Carlos Bardales, Carlos Rodríguez y Larcery díaz suárez. en el centro, el periodista miguel humberto aguirre.

Fue la primera edición de los Premios Nacionales de Periodismo, organizada por IPYS, y se premiaron los mejores reportajes escritos, televisivos, trabajos y proyectos de investigación del país, producidos durante el último año.

premios nacionales de ipys

La entrega de los premios se dio en una ceremonia especial celebrada en el Teatro Municipal de Lima, a la que asistieron reconocidos hombres y mujeres del periodismo nacional; muchos de los cuales también compitieron por las diversas categorías que promovió el concurso nacional de IPYS,

Cabe señalar que junto con Larcery Díaz, en Mejor Blog en “Historias del Cambio Climático”, también ganaron Jason Ticona, Carlos Rodríguez, Paco Bardales y César Ponce.

Los Humedales de Ciudad Eten

Larcery Díaz ganó este nuevo trofeo gracias a una historia titulada “Los humedales de Ciudad Eten en peligro”, publicada en su blog de Lamula.pe.

Aquí narra que hoy sólo quedan 264 hectáreas, de las 1377 con las que en el año 2005 contaban los Humedales de Ciudad Eten, distrito de Chiclayo (Lambayeque) ubicado a 15 kilómetros al suroeste de esta capital. Además, se ha puesto en peligro más de 200 especies de aves, vegetales, peces y crustáceos y unas 51 especies de diverso tipo de fitoplancton.

El periodista denuncia que la desidia y la indiferencia de las autoridades, tanto regionales como municipales, han dejado que esto suceda durante cerca de diez años, en que este lugar se hubiera convertido no sólo en uno de los ecosistemas del departamento de Lambayeque donde se albergan importantes recursos de la diversidad biológica, sino en uno de los pocos espacios significativos de belleza escénica.

Larcery Díaz comprobó esto en un recorrido a pie que le duró seis horas, desde que las farolas de la ciudad comienzan a apagarse, hasta cuando el Sol irradia desde el cenit.

Una caminata por los Humedales

Parto por el bordo del río rumbo al mar. Al amanecer, centenares de garzas, todas blancas, se disparan hacia el aire en bandada desde gigantescos algarrobos. Por donde camino, me adelanta un rebaño de cuatro vacas y un ternero. Lo conduce un campesino que monta un burro. A mi derecha un grupo de pájaros, cuya especie desconozco, beben en el hilo de agua que lleva el río; o se acicalan. Prosigo y encuentro una tubería que en algún momento sirve para piratear agua hacia una chacra cuyos cultivos recién florecen. Mientras, en el lecho del río otro campesino atraviesa unos totorales cuya altura, incluido el jumento que lo lleva, es por lo menos el triple. Levanta la mano y me saluda. Respondo. Ya llevo una hora de camino y el Sol reverbera. Me encuentro una vasta extensión de alfalfa ya crecida. A su lado, otra vasta extensión de un cultivo que por falta de atención se ha secado. Más allá, sembríos de camote. Más allá sólo surcos secos, abandonados totalmente.

un campesino cruza por los totorales  de ciudad eten

Todo el camino es musicalizado. Algunos pájaros trinan; otros, silban; algunos parecería que aplauden. No sé si el sonido proviene del pico o de las alas. Se escuchan cerca o lejos, pero el son me sigue. Algunas aves me asustan cuando salen despavoridas de sus madrigueras arbóreas. O, desde lo alto de alguna rama me miran extrañadas y emprenden vuelo; indiferentes a mi manera de espantar los mosquitos o zancudos que en mi se posan. A lo lejos, el rebuzno de un burro.

Me topo con una muralla verde. Me alcanza hasta el cuello y me impide seguir. Trato de abrirme paso. Algunos arbustos son espinosos, uña de gato. Llego a un páramo y luego al humedal. A lo largo del camino, observo grandes manchas de juncos y totorales. En algunas oportunidades me pierdo y retrocedo unos cien metros para volver a encontrar alguna huella por donde continuar. A veces me oriento por los restos de boñiga de las bestias de carga. Una lagartija me detiene. Inmóvil, espera que la fotografíe. La cámara le cumple. De nuevo emprendo la caminata. De nuevo otro páramo; un riachuelo profundo, que salto; un área cultivada. Aquí me recibe una jauría de perros. Ladran con fuerza buscando espantarme. Gracias a Dios estoy curado contra los ladridos. El cariño que en casa prodigo a dos bellos perritos me auxilia. Trato de llamar a la calma a mis ocasionales adversarios. Sus dueños, un padre y sus hijos han cruzado el río, desde Monsefú hacia esa zona de Ciudad Eten. En estos terrenos, ya dentro del humedal, cultivan camote. El área se ve bien trabajada. Con una motobomba extraen agua del subsuelo. Pero no sólo aprovechan el terreno para cultivar. También allí pacen una decena de reses. Me advierten que por allí no puedo seguir. Me explican que me atrapará lo copioso de los juncales y toda la bocana. Me indican otra dirección, hasta donde vea una palmera, que me llevará al mar. Vuelvo el camino recorrido. Esta vez ya no salto el riachuelo del humedal. Descalzo lo cruzo mientras los pececitos fugan. En medio de los totorales observo cómo con represas rudimentarias se busca desviar algunas aguas.

los humedales de ciudad eten cuentan con miles de aves .

Es hora de cruzar el río de sur a norte, de Eten a Monsefú. Cuando voy a hacerlo, uno de los cultivadores de camote llega montado a pelo en su mula y con la jauría acompañándolo. Los perros ya ni me miran. Me invita subir al animal para atravesar. La bestia pone reparos. Le agradezco y, caballero, me descalzo y cruzo un largo trecho. Aunque tranquilas, a esta hora de la mañana las aguas aún son frías. Los pies se me hielan. Ahora de nuevo a enrumbar hacia el oeste. Encuentro un maizal. No sé si por mi presencia, noto a lo lejos que su cuidador se guarece. Cruzo el cultivo y, en el centro, una palana medio hundida entre los matorrales, dentro del maizal, luce como abandonada. Más allá, en un montículo, descubro los raídos zapatos, calcetines y hasta un polo, supongo de este vigía, dejados a la de Dios. Subo a este montículo y veo una buena área cultivada. Pero, al parecer, el viento y el tiempo han vuelto desoladas algunas zonas de este terreno.

Al fin encuentro a mi guía. Es la única palmera, lánguida en medio de un páramo. Voy hacia ella. Subo a un acantilado y a lo lejos diviso el mar. A la izquierda del río, hacia Eten, toda la plenitud del Humedal. Y de nuevo escucho el ambiente musicalizado por aves de todo tipo, zambullidores, piqueros y patos, a los que se suman centenares de pelícanos y gaviotas.

el paisaje se ofrece en todas sus dimensiones en esta zona.

Pero, pese a que han trascurrido más de cuatro horas, me falta mucho por caminar. A las 10:30 de la mañana piso la arena marina. De allí enrumbo hacia el norte. Voy en medio, entre la orilla del océano, en el oeste y los rezagos del humedal y del mar, en el este. Los cánticos y graznidos continúan. El aletear de las aves también. Más cuando me acerco a ellas. No quieren mi presencia. En mancha alzan vuelo y me brindan un ballet aéreo para decolar una vez que he cruzado. Las piedras de la playa son otra belleza. El agua marina ha pintado figuras y colores caprichosos. Escojo unas cuantas piedras y las guardo en mi mochila. Muy a lo lejos, a pocos metros de distancia de la playa, sobresale lo que aún queda en pie de uno de los antiguos templos del Niño del Milagro. Hacia allá voy, Casi al mediodía llego al Santuario del Divino Niño. Ya no doy más. En mototaxi retorno a Ciudad Eten, con la lengua afuera, un cargamento de piedras, y la satisfacción de haber sido un testigo fiel, con fotografías incluidas, de la belleza natural que está a punto de desaparecer.


Escrito por

Larcery Díaz Suárez

Periodista, escritor, poeta. Docente universitario de Ciencias de la Comunicación.


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