Es curioso como cambian las valoraciones en el tiempo. Hoy se valora a Melgar por sus yaravíes. Es el ejemplo de los fenómenos de transculturación, heterogeneidad y otros procesos que caracterizan nuestra literatura. En cambio lo que él valoraba, su poesía académica, es vista como menor. El verso que me sirve de título es en verdad bastante machista: 

“No nació la mujer para querida,/ por esquiva, por falsa y por mudable;/ y porque es bella, débil, miserable,/ no nació para ser aborrecida”. 

No estoy de acuerdo con don Mariano. Pero creo que la función de la mujer no es solo ser objeto de querencia, también puede ser sujeto de su propia historia. 

En la canción popular la mujer muchas veces aparece como querida. Siguiendo una línea que viene desde Petrarca y el humanismo en habaneras, boleros, canciones varias, el enamorado o enamorada que alaba, sufre, se lamenta o maldice su destino; y el de la persona amada, real o imaginada, que es bella o bello, ausente, indiferente o cruel con la persona enamorada. Pero no es de esas canciones que quiero hablar. Quiero ver otros aspectos de la mujer en la canción.

En la canción limeña la mujer tiene otros papeles más. En primer lugar vive en un espacio y desarrolla relaciones en él. En la estampa musical llamada “Las lavanderas” Victoria Santa Cruz nos narra las disputas que se producen en un callejón de un solo caño por el uso de los cordeles para el tendido de la ropa. 

Es un cuadro costumbrista u ópera popular en la que distintas voces van teatralizando una escena bastante común hasta mediados del siglo pasado, en que Victoria Santa Cruz compone esta canción. Luego, ya terminando el siglo compondrá otra dando cuenta del desarrollo de la modernidad urbana: “Del callejón a la quinta”.

Victoria Santa Cruz también nos habla de la mujer en tanto trabajadora. Son muchas sus canciones en este terreno: chichera, tisanera, buñolera, picantera, discurren por sus canciones. Es un recorrido por los oficios populares que también dedica algunas canciones a labores masculinas como el mantequero por ejemplo, pero que está centrado sobre todo en las actividades destinadas mayoritariamente a mujeres. 

Incluso en la canción de amor la mujer no es sólo un objeto de contemplación. Ya he relatado que Pablo Casas Padilla compone una canción a la muerte de la esposa de su amigo Andrés Benítez: “Juanita”. No es raro en el cancionero limeño, tan lleno de muertes. No es raro tampoco en el repertorio criollo que, ante el amor perdido, alguien quiera morir: “Es tan intensa la desesperación que quiere consumarme” dice el vals de Casas Padilla. Pero inmediatamente el yo poético asume una realidad: la función de la mujer en las tareas de cuidado de las nuevas generaciones. Muerta Juanita el padre tiene que asumir la responsabilidad “En ese mismo instante/ pienso en mi pobre hijita/ se quede tan solita/ en este mundo cruel”.

La mujer más que “ama de casa” pareciera ser esclava de casa. Cumple un papel primordial en el sistema de producción capitalista: es ella la que trae a la vida nuevos proletarios, los cuida y forma en los primeros años de vida, cuida también al trabajador en una sociedad que no tiene (como podría) comedores y lavanderías comunales, por último se encarga de los ancianos. Y todo sin pago. O en el mejor de los casos compartiendo el pago del esposo, cuando no en doble jornada laboral: como “ama de casa” y como trabajadora fuera del hogar.

No, la mujer no solo nació para querida, en este sistema todos (la mujer quizá más) nacimos para ser explotados. Pero también para luchar contra esa explotación. Micaela Bastidas, Louise Michel, Alejandra Kollantai, Delia Zamudio son sólo algunos nombres que se me ocurren hoy como ejemplo de luchadoras. Se me ocurre otro, disculpen, Elisa Carmelino.