- Andrea (Érika Villalobos), una mujer de edad indefinida, es atacada y violada por el dueño de la compañía en la que es secretaria.

- Tras una fuerte lucha interna, Andrea decide denunciar y hacerle un juicio a su atacante, Rodrigo Altamirano (Jason Day), el primogénito de una poderosa familia.

- Durante el juicio, la vida emocional y familiar tanto de Andrea como de Altamirano empieza a colapsar a medida que se hace cada vez más claro que la ‘justicia’ siempre está con el más fuerte.

Aldo Miyashiro debuta como director de cine con Atacada: La teoría del dolor. La película, producida en parte por la Municipalidad de Ventanilla, tiene la intención evidente de transmitir un mensaje que se podría llamar social: las mujeres violadas sufren, y tienen todo en contra. 

Dividida en tres capítulos –innecesariamente marcados por intertítulos–, mas un prólogo y dos epílogos –tantos intertítulos absurdos–, Atacada dura poco más de dos horas, y su estreno no podría venir en momento más conveniente: la historia de Rorigo Altamirano y Andrea es una especie de paralelo casi realista de la historia de Christian Grey y Anastasia, de 50 sombras de Grey.


El director

Atacada es una montaña rusa de estilos cinematográficos: por momentos es delicada con los sentimientos de Andrea; luego, es casi morbosa con los sentimientos de Jorge, el novio de Andrea; al final, parece un capítulo de La Gran Sangre mezclado con los peores momentos de la quinta secuela de Saw

Lo que pasa es que Miyashiro está obviamente luchando contra sus impulsos sensacionalistas. Prueba de ello son la importancia que le da a la intervención de los noticieros (lleno de buenos cameos de periodistas locales); la campaña publicitaria de Atacada –que nos hizo creer que íbamos a ver dos horas de griterío y violencia, cuando en el corte final no aparece casi ninguna de las tomas del tráiler que se puso en las salas–; el hecho de que Miyashiro no puede esperar tres tomas después de la secuencia de apertura para insertarse inexplicablemente a sí mismo en escena.

por ejemplo, y felizmente, hay más chillidos de
villalobos en los tráilers que en las películas

Aprovecho para mencionar que la secuencia de apertura, probablemente hecha por la misma persona que hizo los intertítulos (pues muestra la misma falta de juicio), parece más un tráiler que una secuencia. Estos errores técnicos demuestran la inexperiencia de Miyashiro: él parece creer que es un acto de rebeldía incluir algo como “El gran Carlos Gassols” durante la secuencia de apertura, pero, por un lado, si Gassols es grande o no –que sí lo es– lo descubriremos durante la película; por otro, la secuencia existe para introducir al espectador en la atmósfera de la historia. En este caso es una distracción más que otra cosa.


la actriz

Érika Villalobos hace un honesto esfuerzo por mostrar la lucha interna de Andrea, pero es una opción de casting bastante pobre. El resultado es que la fisionomía del personaje funciona –sobre todo en inteligente comparación con la esposa de Altamirano, interpretada por Stephanie Jacobs–, pero el rango emocional de Andrea es paupérrimo. Así, lo que debería ser una actuación en cuatro actos –prólogo feliz, primer capítulo confundida, segundo traumada, tercero rabiosa– se reduce a dos expresiones básicas: Andrea infeliz y Andrea feliz.

gonzalo molina y érika villalobos (andrea infeliz) en atacada

Para colmo, el único momento en que vemos una sonrisa genuina de Villalobos es en presencia del –reitero: inexplicable– personaje de su esposo, Miyashiro. Lo que pasa es que Miyashiro acapara el ‘comic relief’ de la película, pero su personaje solo aparece durante la última media hora (y en la tercera toma del conjunto). Como es de esperar, la tensión de Atacada termina por estar al borde del colapso. Parece que la intención de Miyashiro es mantener el tono oscuro de la historia, pero el exceso de elementos deprimentes –la seriedad, el llanto, el silencio, los colores fríos– resulta incómodo y forzado.


el optimismo

A pesar de estos errores técnicos propios de la persona exagerada que es Aldo Miyashiro, Atacada tiene varias virtudes innegables. 

En primer lugar, la investigación psicológica que se ha realizado no se limita a mostrar el caos que la violación desencadena en la vida de Andrea, sino también en la vida de Rodrigo Altamirano. Así, logra unos paralelos improbables, casi simétricos: las relaciones de pareja, las relaciones con el padre de cada uno, las abogadas de ambos. Habría sido interesante expandir esos paralelos al paisaje urbano –por último, Andrea vive en Ventanilla y Rodrigo en algún barrio de ricos–, pero Atacada no explota esa herramienta, y tampoco era necesario hacerlo.

el caso tiene fuertes repercusiones mediáticas

En segundo lugar, Miyashiro logra una muestra sutil pero contundente de cómo el sistema está hecho para ponerle trabas a la mujer violentada (el policía que le toma la declaración le pregunta a Andrea si está segura de que la violaron), y de cuán institucionalizada está la violación (la abogada de Altamirano le dice que lo inteligente sería no denunciar, “te lo digo como mujer”, y tiene razón): todo el mundo admite que es un hecho horrible, pero también que “[Altamirano] la ha cagado”, como si fuese un error adolescente violar a una mujer.

Por último, la atención al detalle de la herida que Altamirano le hace a Andrea en el pómulo izquierdo es impecable. Una preocupación constante por mostrar el progreso de la herida dicta el compás del progreso de la historia en general.

la presencia de la herida

Atacada termina por ser una película que trata con seriedad la situación de las mujeres limeñas, de la brecha de clases, de las instituciones encargadas de hacer justicia. Aunque es irregular, y esa irregularidad desvía la atención del personaje central a las idas y venidas estilísticas, Miyashiro consigue –ya lo había hecho antes– una historia cerrada, con representaciones simbólicas atractivas y una complejidad de trama honestamente inesperada.

Quizá la próxima vez tenga la astucia de no poner a su esposa en el rol protagónico, y se dé cuenta de que lo que él considera rebeldía le impide usar para su propio beneficio las herramientas que pone a su disposición la historia del cine

Dejo espacio, pues, para el optimismo.



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