El machismo y seis maneras de combatirlo
(Yo no soy ésa que tú te imaginas)
El machismo, el victimismo, el patriarcado, la dominación masculina y las relaciones desiguales entre sexos prevalecen en nuestro país a pesar de una serie de leyes que aparentemente debían de erradicarlas. Los cambios que necesitamos no están basados únicamente en las leyes o en los tratados internacionales o, en suma, lo que se denomina las políticas públicas: las normas pueden ser perfectas, pero en un país como el Perú donde se le “saca la vuelta a la ley”, día a día, lo que necesitamos es un cambio en las mentalidades: un radical cambio cultural.
En la mira de ese cambio, difícil pero no imposible —y que de hecho debe apoyarse en cambios legislativos y de políticas públicas, por cierto, pero sobre todo en planes globales educativos y culturales— es que propongo considerar a la mujer como un paradigma del conocimiento y la legislación, así en los hechos como en los pensamientos, debemos desterrar la lógica autosuficiente del machismo que es, a fin de cuentas, la forma de dominación que ha calado en las mentes y los sentimientos tanto de hombres como de mujeres.
No podemos seguir considerando a las mujeres como las "otras" de los sistemas simbólicos, de los imaginarios , ni de las normatividades. A su vez legislar para hombres y mujeres en función de una igualdad jurídica soslaya las reales diferencias, incluso, las diferencias entre los diversos tipos de mujeres. La experiencia demuestra que las excepciones y la discriminación positiva son indispensables para sacar adelante la promoción de la mujer en torno a problemas graves como salud reproductiva y derechos laborales. Pero la discriminación positiva no debería entenderse como una excepción a las normas en tanto se es mujer, sino como una construcción normativa basada en la mujer como centro de la legislación. En otras palabras, es necesario precisar en los discursos culturales, jurídicos e institucionales que la mujer es el paradigma epistemológico. Esto es, que la mujer por ella misma debe ser el centro de las leyes, de los estudios, de los análisis y de las interpretaciones.
Pareciera que se trata sólo de una sutil diferencia, pero no es así. Nuestra constitución señala que la persona humana es el fin supremo del Estado, pero sabemos todos que no es realidad: el centro de la legislación es el hombre criollo de la ciudad, heterosexual, de edad mediana, en perfecto estado de salud y los demás, me refiero a campesinos, indígenas, mujeres, homosexuales, lesbianas, transexuales, viejos y niños, todos los demás, somos considerados dentro de la ley como adhesión a ese sujeto que es su centro. Por eso hablamos de inclusión. Por eso mismo, si nos referimos a que las normas nos incluyen a nosotras como mujeres, la pregunta es: ¿quiénes son los que están incluidos desde siempre?
Esta ligera diferencia nos permite plantear la concepción de los derechos culturales de las mujeres no como una forma de “respeto” por la diferencia, pues en este caso, seguiríamos con el paradigma del hombre blanco occidental como eje central de todos los modelos culturales.
Pensar de esta manera es asumir que existe sólo un modelo universal válido y que este modelo, además, considera a la mujer como otra variable de excepción.
No una sino muchas culturas de las mujeres
No se puede hablar de una cultura femenina sino de muchas culturas femeninas en América Latina, cuyas características están vinculadas, con el tema del cuidado que debe desarrollar la mujer como reproductora de la especie humana. Desgraciadamente ciertas categorías clásicas feministas, ya no puramente reivindicativas de igualdad y ciudadanía sino formativas de un nuevo imaginario para la mujer, no han calado en los amplios sectores populares y lo que más bien ha surgido de las propias reivindicaciones de las mujeres es una suerte de economía moral vinculada directamente con el rol materno y al cuidado.
Estas subculturas femeninas se desarrollan en espacios nuevos que han surgido de la búsqueda de supervivencia y que han devenido en una suerte de espacios público-domésticos como las reuniones de los comedores populares, las asambleas de los comités femeninos de autodefensa en sectores populares, las escuelas para madres de familia, los frentes de defensa ambiental, entre otros. Como sostiene Marta Lamas, muchas de estas formas de “feminismo popular” surgieron a la luz de las financiaciones para resistir la pobreza desde las diferentes agencias internacionales o, eventualmente, para resistir el avasallamiento de las industrias extractivas junto con nuevos discursos ambientalistas de ecología popular.
Por otro lado, la reflexión feminista, es cierto, se organizó desde diversos ámbitos de la universidad y asimismo de los distintos espacios de reflexión conjunta, que pasan por las diversas ONGs feministas y sus numerosas publicaciones, así como los encuentros feministas de América Latina y el Caribe. En estos espacios se empezó a organizar la cultura feminista para divulgarla al amplio movimiento de mujeres. Algunos de los conceptos y categorías de esta cultura feminista han calado en los diferentes estratos sociales y han organizado un imaginario libertario feminista que, a pesar de no ser reconocido por los actores sociales como tal, lo es. En otras palabras, y poniendo un ejemplo extremadamente explícito, existe una historia densa de reivindicaciones y luchas detrás de la libertad que tienen hoy las jóvenes al sentir un orgasmo. Lo personal ha sido, es y seguirá, siendo político.
Este es el logro político del feminismo que impulsa la exigencia de derechos por parte de las mujeres comunes y corrientes. Como sostiene Marta Lamas "saber que se tienen derechos ha sido de lo más eficaz para combatir el sexismo". El tema de los derechos de las mujeres frente a situaciones de desigualdad así como frente a la violencia doméstica, junto con las dinámicas sociales que las mujeres organizaron para paliar las diversas crisis económicas, pudieron empoderar a muchas y permitirles la posibilidad de convertirse en agentes de sus propios destinos. Esta nueva manera de entender la agencia social ha organizado nuevos sentidos simbólicos en la cultura creando, de alguna manera, una subcultura feminista.
No obstante, esta subcultura feminista es manejada por mujeres letradas, jóvenes universitarias, profesionales liberales, lideresas de sectores barriales o campesinos vinculadas con procesos de capacitación en derechos y ciudadanía, pero no por los amplios sectores sociales que alimentan sus formaciones sociales imaginarias básicamente de los medios de comunicación como la televisión y los diarios populares. Es más, algunos de estos sectores ven al discurso feminista con mucha desconfianza, ya no debido al machismo, sino al uso y abuso de ciertas categorías feministas (verbi gracia, el discurso “feminista” de Laura Bozzo, por ejemplo).
¿Qué hacer?
Las mujeres en América Latina, desde nuestras propias prácticas culturales de supervivencia y solidaridad, hemos logrado construir un imaginario simbólico diferente al patriarcal y machista que ha surgido en los hechos y de nuestras propias propuestas. Este imaginario se sostiene sobre la cultura del cuidado, es decir, sobre el estereotipo de la mujer como madre y procreadora, pero también hemos sabido cambiar las armas y salir a la esfera pública no para pedir conmiseración sino para exigir justicia y equidad.
Hoy, muchas mujeres participan del liderazgo de sindicatos, frentes de defensa, organizaciones indígenas, instituciones políticas regionales, movimiento de derechos humanos, entre otros espacios de la sociedad política. En estos procesos hemos logrado construir nuestra propia especificidad como ciudadanas a partir del reconocimiento público de los valores de un status civil de la mujer en tanto tal. Por todo esto es necesario seguir alimentando y fortificando este imaginario ahora desde una propuesta de políticas culturales específicas que reviertan en una fortificación de la autoestima de las mujeres.
Desde este espacio, modesto pero público, propongo posicionar, difundir y fortalecer una cultura de las mujeres y fomentarla desde una plataforma del movimiento de mujeres. El reconocimiento a través de políticas públicas de la cultura de las mujeres debe implicar un empoderamiento a través de la difusión de nuestros propios valores culturales, de imágenes de mujeres libres de todo sexismo y machismo y cuya agencia haya permitido que los valores vinculados con una feminidad pasiva (debilidad, victimismo, mansedumbre) cambien en otros y estos nuevos valores femeninos (laboriosidad, persistencia, honestidad) se conviertan en elementos instrumentales de una nueva sociedad . Todos los días lo hacemos desde instancias alternativas --redes sociales, prácticas barriales, liderazgos regionales-- pero requerimos de una amplia articulación que rebase el espectro del movimiento feminista y pueda articular un amplio movimiento de mujeres progresistas.
Para consolidar esta cultura de las mujeres —y aquí sí lo propongo casi como receta— es necesario erradicar totalmente el machismo y plantear esta reivindicación como una política pública urgente.
¿Qué es el machismo?
El machismo es la dominación masculina basada en una idea errónea de la supremacía física del varón homologada como una supremacía moral. El machismo es una ideología que destruye tanto a hombres como a mujeres : el machismo le hace tanto daño a los hombres como a nosotras puesto que exige una serie de comportamientos del hombre que, muchas veces, son imposibles, canallas y crueles. El machismo además se sostiene sobre una serie de mecanismos sociales muy complejos que felizmente, según últimas investigaciones , han ido cambiando y son percibidos por los varones jóvenes como lastres de conductas que los arrinconan en identidades fijas. Un cambio sostenible a ese nivel requiere de persistencia y paciencia pero también de acciones radicales.
No podemos seguir permitiendo que las mujeres sean asesinadas por una ideología que plantea nuestra subordinación moral; no podemos seguir permitiendo que los hombres impregnados por esta ideología sigan creyendo que sus hijas, esposas, enamoradas o cualquier mujer, estén bajo su poder. No reivindicamos ninguna subalternidad, no queremos tampoco constituirnos en sujetos aislados de la cultura de los varones, queremos que ambas culturas sean democráticas y respeten al otro.
No podemos seguir permitiendo que las mujeres sean asesinadas por una ideología que plantea nuestra subordinación moral; no podemos seguir permitiendo que los hombres impregnados por esta ideología sigan creyendo que sus hijas, esposas, enamoradas o cualquier mujer, estén bajo su poder (ver ilustración de este artículo). No reivindicamos ninguna subalternidad, no queremos tampoco constituirnos en sujetos aislados de la cultura de los varones, queremos que ambas culturas sean democráticas y respeten al otro.
¿Y cómo lograr librarnos del machismo? (o seis maneras de combatirlo)
1. Definir lo que es el machismo, entender cómo se estructura, de qué manera se divulga y cómo funciona en la actualidad específicamente en América Latina y el Perú.
¿Qué diablos es el machismo?, ¿es igual machismo que patriarcado?, ¿cuál es la diferencia entre machismo y androcentrismo?, ¿todas estas son sólo palabras para profesores? No: son conceptos manejados en las leyes, políticas públicas, periódicos, televisión, el colegio y, a veces, en la calle. Por eso es imprescindible saber y conocer esa complejidad.
El machismo, asimismo, deviene de habernos construido como sujetos nacionales en medio de las guerras y los odios entre conquistados, conquistadas y conquistadores, y de no asumir nuestra bastardía originaria como nación (como dicen los mexicanos, somos de alguna manera “hijos de la Chingada”, de la india violada por el español, y debemos de no ofendernos y asumir nuestra condición de bastardos para seguir adelante ).
Es cierto que no podemos achacar toda la culpa de nuestro machismo a nuestros orígenes, pero por ahí se puede entender cómo es que nos hemos concebido como una sociedad estamentaria, fuertemente jerárquica y autoritaria, donde el padre no es la autoridad griega o romana que provee a la familia de sustento (el patriarcado) sino el que pretende “hacer prole” sin responsabilizarse de ella. La irresponsabilidad de las acciones del varón es otra de las características del machismo latinoamericano.
2. Ubicar, situar, distinguir y señalar el machismo femenino.
El machismo muchas veces es transferido por las propias mujeres en nuestros procesos de crianza. Somos, sin quererlo, las principales divulgadoras del machismo, a pesar de que somos las primeras perjudicadas. Por eso mismo es necesario descubrir el machismo de nosotras mismas: aquel que portamos cuando le damos la presa más grande del pollo a nuestro hijo varón, cuando consideramos que hay que exigirle más a una mujer en una tarea que realiza, cuando les enseñamos a los niños matemáticas con más énfasis y a las niñas una especie de “matemáticas femeninas”, entre otras muchísimas prácticas que seguimos afianzando. Debemos de tomar conciencia de esta perpetuación del machismo desde nuestras prácticas de crianza y ser solidarias con nuestro propio género.
3. Romper con el otro lado del machismo que es el victimismo.
El otro lado del machismo no es el feminismo, obviamente, pero es el cliché que se repite innumerables veces y que incluso muchas mujeres repetimos sin saber exactamente de qué hablamos. El otro lado del machismo es el victimismo y eso es lo que debemos erradicar.
Autopercibirse solo como víctima es dejar de ser sujeto, por lo tanto, permitir que los demás —el padre, los policías, la Iglesia, el Estado— resuelvan en lugar de una misma y de esta manera seguir reforzando la cultura pública del tutelaje.
Asumir una verdadera cultura de las mujeres es asumir la conducción de su propia vida. No es fácil, pero es un reto que debemos asumir y vivir. Debemos de romper con el modelo de la madre sufriente y dejar de ser víctimas para asumir nuestra propia voz sin miedo y poder construir un discurso de nuestras vidas y anhelos. Esa es la manera cómo las mujeres podemos responsabilizarnos de nuestro propio destino.
Asimismo, muchas veces la práctica emocional de muchas trans-femeninas prioriza la mímesis de estas actitudes de las mujeres para lograr una performance más "auténtica". Creo que muchas activistas trans han demostrado que no es necesario asumir esta actitud y, por el contrario, empoderarse desde la posición-femenina implicaría asumir la responsabilidad, también, de sus cuerpos y sus luchas.
4. Reorganizar la memoria histórica e incluir a las mujeres.
Entender que durante la consolidación de las naciones latinoamericanas no sólo se excluyo al indígena sino también a la mujer del concepto amplio de ciudadanía. Por eso tenemos que reorganizar nuestra historia como nación visibilizando a las mujeres que ayudaron a formarla, y aquí no me refiero a algunos nombre consagrados, como María Parado de Bellido o Micaela Bastidas, sino a aquellas mujeres anónimas, como las rabonas durante la Guerra del Pacífico que organizaron todo un sistema de sustento a sus maridos, en medio de los cañonazos y las balas. Asimismo, es importante destacar la increíble labor de la generación de mujeres ilustradas del 900 que con un ahínco admirable permitieron la consolidación de las letras, el periodismo y las tertulias intelectuales donde, asimismo, se discutía sobre el poder.
5. Ser el centro de las leyes, de las teorías, de los análisis, de las normas éticas. Asumiendo la cultura de las mujeres como localización de nuestras demandas, podemos alterar nuestra posición subordinada exigiendo un trato diferenciado para muchas prácticas y leyes, no sólo desde una perspectiva de discriminación positiva, sino desde lo que la crítica francesa Luce Irigaray denomina la sexualización de la ley, es decir, un status civil propio desde la condición de la mujer no como excepcionalidad a la ley universal sino como centro organizador de esa ley.
6. Por último privilegiar tres estrategias características de los movimientos feministas de la región: la autoconciencia, la autodeterminación y el empoderamiento.
Hay muchas otras formas de luchar contra el machismo desde las propias prácticas de cada quien, hombres o mujeres o trans, y por supuesto esta lista debería ser enriquecida con la experiencia que cada una/o ha podido desarrollar para evitar que los prejuicios se apoderen de nuestros día a día causando daño y dolor.
El machismo, además, suele ser también homofóbico, lesbofóbico o transfóbico y muchas veces colonialista de tal suerte que hay múltiples ejes que le permiten enraizarse en la sociedad. Por eso mismo, no podemos dejar que permanezca lacrando las mentes y corazones de nuestros niños y niñas: es preciso abrir el mapa de todas las identidades para liberarnos en el núcleo duro de nuestra identidad.
¡Vivan las luchas de las mujeres!
8 de marzo de 2015