Juegos en la Cumbre
"Obama es un hombre honesto al que admiro”. ¿Es la frase, casi el lema, de un demócrata devoto? ¿La declaración ultra gentil de un embajador en Estados Unidos? ¿Parte del discurso de orden de un universitario norteamericano? No, es la literal sentencia del presidente cubano Raúl Castro en Panamá, este sábado 11 de abril por la mañana, al abrigo del calor caribeño.
Ha pasado del apretón de manos y la sonrisa a la palabra, además, con lo cual cierra un círculo virtuoso que parece envolver un deseo visible de diálogo, aun cuando en sus adentros memoriosos, y en su ideología persistente, lo asalten dudas sobre el curso que va tomando este tiempo nuevo. La VII Cumbre de las Américas, por todo esto, no es un cónclave de la nada más.
Un actor detrás
Los eventos de este tipo nunca lo son, en realidad. Tienen mala prensa y pésima leyenda urbana global, son vistos como escenarios de la irrelevancia, pero siempre logran algo, que no es tan notorio para la ciudadanía. En esta Cumbre, por ejemplo, Ban Ki-moon, el secretario general de la ONU ha llamado a los empresarios asistentes a luchar contra el cambio climático.
También ha habido reuniones de rectores universitarios, de jóvenes, de representantes de la sociedad civil. Tanto verbo soltado, al fin, abre rutas de cooperación, que prenden o no. Como es obvio, sin embargo, el plato fuerte acá es político. No es necesariamente lo que va a aparecer en los documentos lo importante (tal vez sí, esperemos), sino lo que se verá, se sentirá y se dirá.
De allí que las palabras del gobernante de Cuba sean trascendentes. Rompen más de medio siglo de declaraciones incendiarias y crean, sin querer queriendo, un nuevo escenario en el cual la lucha entre contrarios no es más una fatalidad. Es posible entenderse, respetarse, cooperar y, sobre todo, acabar con un entrampamiento político que no era negocio para nadie.
Barack Obama y Raúl Castro son los responsables de que esta Cumbre pase realmente a la Historia, pero no hay que olvidar una figura que, algo silenciosa, gravita en el escenario: el Papa Francisco. Ambos mandatarios han reconocido que el Pontífice tuvo que ver con el acercamiento y, por eso, Pietro Parolín, el secretario de Estado del Vaticano, habló en la inauguración.
Leyó un mensaje papal, en realidad, en el que se alentaba a que “el diálogo sincero logre esa mutua colaboración que suma esfuerzos”. Eso, que parece tan simple, había resultado complicadísimo por años, y ahora, por fin, se asoma a una posibilidad. Sobreviven, sin duda, desconfianzas, rencillas, de larga data. Una de ellas, actualísima, es lo que pasa con Venezuela.
Jugando a varias bandas
¿Pueden las actuales presiones de Washington contra Caracas moverle el piso a este todavía frágil proceso de entendimiento? A primera vista, Obama parece haber hecho que su gran país cambie de enemigo regional, aunque esta previsión tiene más que ver con las ruidosas alarmas que Nicolás Maduro lanzó en los días previos a esta reunión carga de distensiones.
Según él, Estados Unidos se preparaba hasta para invadir su país, una hipótesis que quizás no se la hubiera creído ni el difunto Hugo Chávez. No había nada eso, únicamente presiones contra siete funcionarios del gobierno chavista y acaso el propósito de la Casa Blanca de no aparecer, para consumo interno político, como una potencia pelele capaz de capitular rápidamente.
Obama ha jugado con cautela en esto, a varias bandas, y todo indica que con el claro objetivo de recomponer su relación con América Latina, de dejar en esta parte del barrio una huella que ninguno de sus predecesores dejó en los últimos años. Quiere cambiar la mala entraña que se le tiene acá al ‘gran país del norte’ y para ello que mejor que arreglarse con Cuba.
A Cuba, a su vez, el giro le conviene en grado supremo, económicamente sobre todo, por lo que se puede presumir que no habrá vuelta atrás, a juzgar por las sonrisas de esta Cumbre y a pesar de las proclamas todavía algo flamígeras ‘frente al Imperio’. Que, si se observan con calma, permanecen pero han bajado de intensidad y están matizadas con frases de elogio inusitadas.
Como aquella con la que se inicia este texto. Ante tal panorama, Venezuela también ha comenzado a virar: Maduro ya habla de ‘tender la mano’ para un diálogo con Estados Unidos, de ser antimperialista pero no antiestadounidense. Se ha dado cuenta de que no puede ir en el sentido contrario al tren histórico que en estos momentos ha puesto una estación en Panamá.
Tumbos continentales
Todo parece converger, entonces, para que sobrevenga una era incipiente de serenidad y más cooperación. Sin embargo, todavía hay bombas de tiempo sembradas en el camino y esquinas institucionales complicadas, que pueden hacer que el convoy del acuerdo se detenga, o hasta se descarrile. Una, nada irrelevante, es esa otra parte de Estados Unidos que no está con esto.
No es factible pensar que las próximas elecciones norteamericanas se van a definir por Cuba, o por Venezuela. O por América Latina. Hay frentes internacionales considerados mucho más importantes. Con todo, esperar que la resistencia republicana al acercamiento entre La Habana y Washington se apague por los destellos esperanzadores de Panamá es mucho pedir.
El otro frente complicado es la misma situación interna de los invitados a conversar. De acuerdo, no debe haber injerencia, se debe respetar la soberanía. El tema es que los presos políticos de Venezuela, o la negación de la oposición en Cuba, son asuntos de dominio público continental, que tienen que ver con derechos universales, que no reconocen frontera alguna.
Lo mismo se puede decir de las improntas imperiales y abusivas de Estados Unidos, por cierto, o de la absurda permanencia de la pena de muerte en su territorio. En otras palabras: si los derechos humanos se excluyen de esta ruta no se llegará muy lejos, siempre habrá incómodos paquetes en el clóset. No es justo, por último, apostar por el diálogo ignorando a la gente.
Más política, menos ideología
Estos juegos tienen que desplazarse aún más de la palabra a la acción. Ese tránsito, a mi juicio, no se logrará solamente con cartas como la de los 25 ex jefes de Estado pidiendo democracia en Venezuela. En parte porque algunos de ellos –Álvaro Uribe de Colombia, o José María Aznar de España- también habrían merecido una carta de indignación en su momento.
Es menester denunciar los desequilibrios institucionales, las detenciones arbitrarias, la falta de separación de poderes. Donde se den (¿o acaso solo suceden en Cuba y Venezuela?). Y a la vez actuar con más política y menos ideología. Si dividiéramos la región entre la derecha y la izquierda, en estos momentos Obama y Castro no se hubieran ni siquiera guiñado el ojo.