La soberbia es peligrosa y no deviene de la mucha sapiencia. En muchas ocasiones, es la recurrencia de una falacia: "Solo yo estoy llamado a ejercer bien el oficio", "Mi interpretación es la única", "Yo tengo la razón". Es principio de este blog que nada de lo expresado en él es irrebatible, pero, por lo menos está regido por la honestidad intelectual, que es la sinceridad. Problema de creer es del que no cree, no del autor.
Tema al margen, hemos elegido para dar estreno a esta sección un término que todo intelectual, en especial todo escritor (y todo hombre) debe eludir: la soberbia.
- Soberbia
Barcia, nuestro referente de significados nos dice en su diccionario que "soberbia y arrogancia" suelen ser tomados como sinónimos. Pero "soberbia" significa "excesivo amor propio que hace al hombre creerse superior a los demás".
Nos dice que la arrogancia difiere en sustancia, aunque es la causa verdadera de la soberbia: "cualidad del que se sobrepone a los demás y los domina". De la arrogancia, explica, derivan el orgullo, la altanería y, como hemos adelantado, la soberbia.
Dice Barcia: "El hombre soberbio es siempre arrogante en sus modales, en sus acciones o en sus palabras, aquí la voz 'arrogante' significa 'atrevimiento', 'descompostura', 'orgullo'"
Pero el hombre arrogante no siempre es soberbio. Hay hombres que por su talento se hallan colocados en gran altura. Se suele medir esta ubicación por lauros concretos. Dice Barcia, inclusive, que la arrogancia puede ser una noble cualidad del ánimo. La soberbia es un vicio. Se sostiene en la prevalencia autorreferencial, en el juicio fácil a quien el soberbio cree inferior, al argumento mal fundamentado de una crítica injusta que peca, por demás, de las mismas 'deficiencias' supuestas del argumento al que se opone.
Así la soberbia supone la idea autoconcebida (y siempre arbitraria) de superioridad. Suele ser un vicio de la profesión u oficio. "Yo soy experto, yo tengo razón, tú no", "Yo tengo autoridad, escribo y pienso mejor que tú en esta materia". Cuando está en juego la interpretación más que la técnica, pésima opción es la de deslegitimar la voz del 'lego'. La soberbia y la falacia se suelen hermanar ocasionalmente.
Pero sigamos con Barcia. La arrogancia supone la idea del aprecio exagerado que hace de sí mismo el individuo y la petulancia excesiva. Algunos petulantes acusan la 'petulancia' de otros sin saber que se muerden la cola.
El orgullo, dice, es solo el deseo de ser apreciado y tenido en mucho por los demás. Más que deseo, diría, que es el atisbo o la concreción de ese propósito.
La altanería es el atropello al otro con la aspereza del carácter de aquel que se cree superior.
La altivez encierra la idea de la ostentación de una imagen o pensamientos elevados. Lleva a una afectación extrema.
A la soberbia se opone la humildad, a la arrogancia la modestia, al orgullo la simplicidad del carácter, a la altanería la mansedumbre amable.
Pretendemos desde este espacio abrazar la humildad que deviene de la honestidad intelectual, sobre la cual se bate en demasía la soberbia del que cree saber más. Ese es el riesgo.
La soberbia abunda donde el ego se expone e impone, en el arte, en la literatura, en la política, en la actuación, en algunas trincheras de la intelectualidad, en el modelaje, en el vedetismo. A veces todos se combinan en una sola acepción o fisonomía. Soberbia y vanidad lindan en una línea que los funde y anima.
La filosofía es el habitáculo del que huye de la vanidad y por eso es la filosofía lo que me habita y me deshabita hasta la desolación. El socrático sabe que poco sabe y que se pierde mucho de esa vastedad de conocimientos inasibles. Tal desmesura en medio de su pequeñez resignada lo deja perplejo y lo desalienta. Pero la filosofía es búsqueda, interrogante, duda, solo allí reside la perfecta humildad.