Los indicadores de cultura para el desarrollo en el Perú
I. Toma de posición.
Los Indicadores UNESCO de Cultura para el Desarrollo (IUCD) son una herramienta de sensibilización y formulación de políticas, que permite evaluar, por medio de datos y cifras, la función pluridimensional de la cultura en los procesos de desarrollo.
El escenario que los Indicadores UNESCO de Cultura para el Desarrollo (IUCD) ponen frente nuestro, nos lleva a reflexionar entre otros sobre el aporte del sector cultura a la economía peruana, más particularmente al PBI, donde logró un aporte de 1,58% para el año 2014. Esta cifra modesta adquiere mayor interés cuando la comparamos con otros campos de la economía, por ejemplo cuando sabemos que bordea el porcentaje del aporte en servicios, agua y gas, agua y gas, o dobla el aporte del sector pesca y acuicultura. Por otra parte las cifras nos dicen que en este sector las mujeres han logrado una empleabilidad mayor que la de los varones; también resulta revelador en esta época de conflictos ambientales, saber que el sector cultura genera más puestos de trabajo que la minería. Por si fuera poco, es importante aclarar que estas proyecciones se basan en el conteo de actividades privadas y formales, no se incluyeron las actividades y puestos que se generan a nivel del gobierno.
El debate sobre los IUCD fue ocasión para preguntarnos por las diversas maneras en que este sector se estructura en el marco nacional, darnos cuenta cifras en mano que su dinámica no se articula a la economía de la región Amazonas, como lo hace en la economía de la región Cusco, de ahí que en adelante debemos hilar fino a la hora de referirnos a este sector dado que su “realidad” hace referencia a una situación muy desigual cuya descripción tendría que ser especificada en cada caso, pues como era de esperarse existen aún grandes brechas que señalan una hoja de ruta muy concreta a seguir en materia de políticas culturales. Donde si bien Lima sigue siendo la ciudad con mayor peso, las cifras de los IUCD nos traen algunas sorpresas; lo que muestra el grado de complejidad conceptual por un lado, y de la necesidad de un profesionalismo muy especializado por otro, ambos confluyendo en la labor de los gestores culturales que trabajan hoy en los diversos niveles de gobierno del sector público y privado.
Los IUCD nos han hecho pensar en la “pujanza” del sector cultura y preocuparnos por él, también en la medida que se ha puesto en juego la actividad de nuevos actores sociales y tomadores de decisiones, quienes llevan en conjunto las riendas de las políticas culturales “de facto” en los gobiernos locales, lo mismo que en el mundo empresarial -imagínense el impacto que podría tener una decisión sobre el uso de fibra óptica en beneficio de la población tomada por una empresa como Telefónica-, por tanto en el tablero de la administración pública existen puntos ocupados por quienes “empujan” desde el poder ejecutivo el avance de este sector y deben tener por tanto una formación especialmente amplia, por cuanto la mayor parte de sus medidas serán transversales, teniendo un impacto directo en las personas por acción o inacción, cuyos efectos se multiplican entre nosotros y alrededor nuestro. En países como España, hubo una época en que el sector cultura manejaba apenas el 10% del presupuesto nacional, pero formaba parte del Consejo de Ministros, tenía rango de Ministerio y podían establecer políticas transversales.
Todo esto nos trajo la reflexión sobre los IUCD y más. Porque nos ha hecho volver los ojos sobre aspectos de nuestra realidad, a la manera de un diagnóstico sobre el tipo de país que estamos construyendo. Analizando las siete dimensiones en que se dividen sus veintidós indicadores nos preguntarnos ¿Cuál es la posición que tiene HOY el sector cultura, entre los demás sectores pertenecientes al Poder Ejecutivo? De donde debería derivar la importancia de su transversalidad intersectorial y el agenciamiento de sus presupuestos para el cumplimiento de sus objetivos estratégicos como sector. Los IUCD también nos abrieron la puerta a la reflexión sobre las necesidades que el sector reclama para sí mismo, en particular las políticas sociales que se requieren para asegurar su reproducción (escuelas de formación en todos los niveles, infraestructura, reglamentaciones diversas, colegios profesionales), lo mismo que una redistribución de la riqueza más equitativa en servicios sociales y culturales para con los contribuyentes en general a todo lo largo y ancho del país, con un concepto distinto en las prestaciones que deben recibir artistas y/o productores de bienes o servicios culturales en particular, como retribución de la sociedad por sus aportes invalorables, asimismo y esto no hay que olvidarlo, los IUCD nos recuerdan que el acceso pleno a la vida cultural es un derecho humano que todo ciudadano debe poder ejercer. Otro aspecto que ha quedado en evidencia, es que nuestros sistemas de información, medición y evaluación deben estar actualizados a los estándares de otros países, la herramienta que se aplica en nuestros CENSOS nacionales debe ser actualizada a los estándares de los países que cuentan con una encuesta nacional de cultura, donde se contemplan diversos aspectos desagregados que no contemplan nuestros instrumentos. Seguramente mucho de esto se va a ir corrigiendo cuando empiecen a aparecer los resultados de la cuenta satélite de cultura recién creada a raíz de haber puesto en la agenda estos indicadores.
Para la conclusión del proyecto IUCD el año pasado, se realizó una serie de mesas técnicas para dialogar sobre sus resultados preliminares con representantes de todos los sectores del Estado, a quienes el Ministerio de Cultura había solicitado información oficial para resolver esta encuesta implementada por la UNESCO. Las valiosas respuestas por parte de los especialistas convocados fueron muy parecidas en todas las mesas, mismas que pueden ser divididas al menos en tres grupos. En un primer grupo se pueden poner aquellas opiniones que se inclinaban por asentir la realización-aplicación de esta encuesta, creo que ninguna persona se mostró adversa a que se hayan invertido recursos en medir aspectos del aporte del sector cultura al desarrollo. En un segundo grupo estarían los comentarios dirigidos a mejorar la metodología, señalando ausencias de ciertos registros no considerados metodológicamente, parámetros no pertinentes en las preguntas y las respuestas, problemas de traducción y sentido, así como observaciones dirigidas al formato del recojo, también nos ilustraron sobre procedimientos como la logística y costos que implica repatriar un bien del patrimonio material mueble, por ejemplo. Un tercer grupo podría estar conformado por los comentarios dirigidos a cuestionar la herramienta en tanto no representaba la realidad peruana en sí misma, dejando de lado muchos aspectos clave de la vida cultural.
Si bien todas estas opiniones nos parecieron válidas y de hecho ayudaron a mejorar el trabajo, no es mi propósito comentarlas aquí más que de forma general, aunque podemos decir que muchas de ellas han servido para corregir cifras y fueron incorporadas en las respuestas, en tal sentido no habría mucho que agregar, excepto dar el agradecimiento por tan importante contribución. La idea ahora es que se entienda mejor, desde un punto de vista metodológico, la pertinencia y validez de un proyecto de medición como este, a pesar de las deficiencias, vacíos y limitaciones halladas, señaladas y anotadas acertadamente por los diversos especialistas, y que con seguridad el equipo a cargo asumió plenamente hasta donde el instrumento lo permitió. Más allá del instrumento esto nos han puesto a pensar el país desde una perspectiva cultural, intercultural e intersocietal, ya sea por lo que representan de la realidad, o por lo que han dejado de representar, en ambos casos lo importante es elucidar a partir de ellos el momento presente, hacer el diagnóstico del aquí y el ahora.
Es importante despejar lo que entendemos cuando decimos “indicadores”, empezaremos aclarando un discurso que se repite mucho, diremos a contrapelo del mismo que los indicadores no tienen la función de representar mejor o peor “la realidad”, o “lo real” de cualquier sector del Poder Ejecutivo, como Educación, Transportes, Interior, Cultura, etc. Este tipo de comentario demandando mayor “realidad”, mayores dosis de referente, es algo que hemos oído en diversos medios como la universidad, las mesas técnicas, el foro-chat que se implementó junto con la transmisión en vivo, etc. En resumen, hay una demanda de mayor realidad en los indicadores culturales. Por ello es necesario insistir que los indicadores sean cuales fueran, sí bien tienen la función de representar el estado de la variable que pone en juego un objetivo de desarrollo, por lo general para el cumplimiento de este objetivo se plantean metas numéricas a partir de una línea de partida (línea de base), luego de lo cual se registra el avance o retroceso del indicador para saber el grado de cumplimiento del objetivo. Por ejemplo reducir la brecha en el consumo cultural en un 50% respecto a las cifras registradas hace cinco años.
La obtención de insumos para formular cualquier indicador es una actividad donde predomina la obtención del dato, la comodidad de su obtención y procesamiento para posteriores análisis. Podemos suponer que aparte de los Objetivos del Milenio (ODM), la selección de los 22 indicadores en siete dimensiones estuvo influenciada por el tipo de información disponible en las estadísticas usuales de los países donantes. Para lograr este objetivo, es necesario conocer los procesos que implica el cumplimiento de objetivos, la cadena operatoria que recorre el trabajo, las actividades y sus productos, pero sobretodo la forma particular en que cada pueblo articula esto a su vida diaria (la cultura). Por ello entre mejor definamos y con la mayor precisión, el concepto y objeto de nuestra medición, y no sólo la definición del objeto o fenómeno a cuantificar, sino las necesidades y requerimientos precisos, así como los valores que están asociados a ellos, podremos construir indicadores más precisos. Cabe tener en cuenta algunas de las siguientes preguntas a la hora de reflexionar sobre los indicadores, o de pensar en producirlos: a) ¿Cuál es el concepto de cultura que estoy usando? b) ¿Qué considero mensurable en cultura? Definición de elementos y método para medir, c) ¿Por qué voy a medirlo?, d) Definir qué entiendo por dato, información y conocimiento, y e) Establecer los marcos necesarios de referencia.
Dada la amplia información y fuentes diversas que existen sobre indicadores para la medición del desempeño, lo mismo al interior del sistema de la ONU donde incluso existe un área de estadísticas que fuera de él, podríamos empezar directamente diciendo lo que entendemos por medir: “asignar números a objetos y eventos, de modo que se puedan transformar las proposiciones cualitativas en expresiones cuantitativas”. En esto vamos a seguir las siguientes consideraciones:
Los indicadores son magnitudes estadísticas expresadas en cifras absolutas o relativas, obtenidas mediante la agregación de datos primarios o mediante operaciones matemáticas realizadas sobre las observaciones primarias, que permiten describir las características de una situación dada (…) permiten medir un atributo o una característica de un objeto o de un evento, expresados estos como objetivos de una determinada intervención. Aquí radica su importancia y en cierto modo su nivel cognitivo superior a las proposiciones expresadas en forma literal o narrativa. Sin embargo, lo cuantitativo es indesligable de lo cualitativo, razón por la cual objetivos e indicadores son conceptos mutuamente complementarios. En tanto representación de las variables, los indicadores presentan dos características esenciales:
1. Son características observables de algo; esto es, son verificables empíricamente.
2. Son objetivamente verificables; vale decir son verificables por medios externos al objetivo que pretenden medir.
Los indicadores son formas operativas de las variables. Lo que se conoce como operacionalización de variables consiste, en el contexto de la promoción del desarrollo, en la transformación de objetivos o variables generales, no observables directamente, en variables empíricas o indicadores. (…) Sin embargo como no estamos en el terreno de las ciencias exactas y trabajamos con objetos abstractos, tenemos que precisar los términos de nuestra medición.”
Como se desprende de lo expuesto, los indicadores no pertenecen al orden de lo real, sino al orden del modelo y en tal sentido tienen un estatuto imaginario basado en un sistema de cifras que representan las condiciones sensibles de una realidad recogidas en cifras, para representar un problema que requiere solución, frente a estos hallazgos los planificadores se proponen objetivos de desarrollo como hipótesis de solución, es ahí donde intervienen los indicadores en la medida que pueden mostrar el avance o retroceso de la variable que haya sido puesta en cuestión (escolaridad, consumo cultural, protección del patrimonio, etc.) por un objetivo de desarrollo, cuyo cumplimiento debe ser tangible, palpable en cifras y cuadros. Los indicadores son constructos teóricos, hipótesis de medición y se construyen a la medida de objetivos precisos, junto con otras herramientas para la gestión del desarrollo, pertenecen al ámbito de los sistemas de planeamiento, junto con otras herramientas, para llevar adelante los procesos de monitoreo y evaluación de los resultados que se espera obtener con una intervención institucional. De ahí que, una crítica bien dirigida a los IUCD presentados por el Ministerio de Cultura en diciembre pasado, debería empezar haciendo una crítica a los Objetivos del Milenio, hoy en su versión “Post 2015”, que son los objetivos estratégicos a los que ellos responden como parte del sistema mundial de la ONU.