Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR |Foto: CMS

Charlar con Miguel Gutiérrez es una experiencia enriquecedora en la que uno suele perder la noción del tiempo. Nos vemos cada tanto y cada reencuentro propicia una charla que puede extenderse casi sin darnos cuenta. Gutiérrez acaba de publicar Las aventuras del señor Bauman de Metz y otras historias (Alfaguara, 2015), libro que reúne doce historias extraídas de sus doce novelas. Una suerte de muestrario de su obra narrativa. A esto se añade la reedición de Babel, el Paraíso (DeBolsillo, 2015), novela publicada en 1993 y que a estas alturas era inubicable en librerías.

     Son las cuatro de la tarde. Nos encontramos en las oficinas de Penguin Random House. Silvia Gálvez nos ha conducido a una cálida sala de conferencias en la que nos guarecemos de ese frío invierno limeño que se agazapa tras los vidrios de la ventana. Gutiérrez me cuenta de su tránsito natural de la máquina de escribir a la computadora.

     –Quizás porque nunca escribí a mano–, me dice. Confiesa, sin embargo, que ha perdido textos por alguna maniobra equívoca ante el ordenador. Doscientas páginas de una novela, de las cuales su inseparable compañera, Mendis, logró rescatar unas 60.

     Gutiérrez bebe un sorbo de su taza de café mientras hago lo propio con un vaso de gaseosa. Unos panecillos serán los mudos testigos de la conversación.

     –¿Cómo decides elaborar este libro que reúne partes, fragmentos, de tus novelas?–, le pregunto, luego del clic de la grabadora.

     –Algunos amigos, Mendis también, me decían: sería bueno que hagas otra selección de tus textos, pero de todas tus novelas…

     –Como el que hiciste a partir de personajes femeninos.

     –Sí, pero con otro criterio. Acá el criterio era mostrar la diversidad temática y formal de mi obra narrativa. Pero de toda mi obra narrativa, porque en el de las mujeres faltaban dos o tres libros. Acá están todos, desde El viejo saurio se retira hasta Kymper. La idea es siempre escoger un texto que sea un relato, una historia, casi un cuento en sí mismo, o que, digamos, sean entendibles, legibles. Con ese criterio intervino mi gusto y me pareció que la historia que la historia de la comuna de Parías en La violencia del tiempo un poco que se pierde, sofocada quizás por la cantidad de historias que hay en esa novela. Porque en realidad, si tú la sacas, tal como se ha hecho en este libro, con la historia de Bauman de Metz, es una novela corta de 90 páginas con un principio y un final, con su intriga y todo. Además, para entender esta historia no necesitas recurrir a La violencia del tiempo, es decir, al resto de esa novela. Ese fue el criterio.

     –Se podrían leer como cuentos, aunque tú no has escrito libros de cuentos.

     –No he escrito un libro de cuentos. Pero mis novelas, según han dicho algunos críticos y lectores, están llenas de historias. Por ejemplo: La destrucción del reino está formada por siete historias y un marco. La imagen de este niño con un velo que llega a un pueblo, a una vieja casa hacienda y van surgiendo las historias. Hay siete historias que se pueden leer por sí mismas. De allí he sacado “Monte de amargura”, que se lee como una historia completa. De Babel, el paraíso he sacado una historia que es redonda y que no necesita de las otras para entenderse. No he escrito cuentos, salvo cuando era muy joven, pero de alguna manera La destrucción del reino es como mi libro de cuentos, un poco en la tradición del Decamerón: hay un marco, y de ese marco van saliendo las historias.

     –Este libro permite, además, ver cómo encaras cada novela como una aventura nueva, en cuanto el lenguaje y las estrucutras.

     –Sí, la idea era que cada historia sea con un lenguaje y estructura distintos. Porque mi obra no responde a un modelo universal único, sino que va de acuerdo al tipo de libro. Y eso ha sido una cosa consciente. Hay autores que crean un estilo y tú abres una página y sabes de quién es. Yo nunca quise buscar un estilo. Lo que me propuse es tener un lenguaje a mi disposición que se adaptara con ductilidad para contar una historia. Entonces, el lenguaje se adapta al tipo de historia y al tipo de personaje. La violencia del tiempo es también un conjunto de formas de lenguaje. Está el lenguaje culto, pero hay también el lenguaje cotidiano, conversacional que, si es necesario, incluye regionalismos. Solo si es necesario. En este libro quería que las historias sean interesantes por sí mismas, pero que en conjunto representen el pensamiento y la práctica literaria de Miguel Gutiérrez.

     –Acaba de reeditarse Babel, el Paraíso. ¿Cómo lo tomas?

     –Las novelas van buscando nuevos lectores. Creo que los lectores que la leyeron en 1993 son muy diferentes a los lectores de ahora. Hay una nueva generación de lectores que tiene otras lecturas, otras sensibilidades.

     –Uno de los temas centrales de Babel, el paraíso, creo que es el de las relaciones interpersonales, la convivencia y la comunicación. Incluso, me animaría a decir que es un tema que está en toda tu obra.

     –Claro, el problema de la comunicación. Y esto tiene base en mi propia vida. Siempre he tenido problemas en comunicarme con la gente, a veces por timidez o porque a veces soy demasiado franco y la franqueza a veces no le gusta a la gente. Siempre he tendido a reconcentrarme en mí mismo. En Babel, efectivamente, el tema de la comunicación es importante. No sé si en todas mis novelas, pero es una buena observación. Voy a pensar es eso–. Gutiérrez se toma la barbilla. Afuera, una tenue garúa inicia su caída.