#ElPerúQueQueremos

Manejando bici en la ciudad gris

Por: Francoise Cavalié Apac

Publicado: 2015-09-25

Vivo en el centro de la ciudad. Llegar a cualquier lugar temprano no es problema para mí; o, al menos, no lo era. Cada año parece aumentar el tiempo de mi recorrido: Lo que me tomaba de 20 a 30 minutos, en transporte público -llegar a Miraflores, Barranco, San Miguel, etc.- hoy me toma una hora, si tengo suerte. 

Hace diez años, el tráfico era totalmente diferente. Hace diez años, el tráfico no era sinónimo de caos ni estrés; y hace diez años que comencé a trabajar y hacer voluntariado ambiental. Pero es desde hace cinco años que conozco a personas que utilizan y promueven alternativas de transporte, el mismo tiempo que llevo admirando en secreto su labor, aunque no habían logrado seducirme del todo. A cada “¿para cuándo la bici?”, respondía: “El próximo mes; está malograda”, pero lo que en realidad quería decir es que me daba miedo manejar en Lima, que me aterraba haber olvidado cómo manejar una bicicleta, y tener que volver a aprender a esta edad me resultaba un golpe bajo a mi deteriorada autoestima.

Si quieres un cambio, debes comenzar contigo mismo. Durante estos últimos diez años he ido cambiando hábitos de consumo y alimentación, he tratado de que mis acciones cotidianas sean más amigables con el medio ambiente, pero aún me cuesta cambiar y dejar algunas. No es fácil, pero tampoco es imposible. Además de mi lucha diaria con el tabaco, estaba pendiente el factor transporte, así que en la víspera del Año Nuevo 2015, prometí que enfrentaría mis miedos y montaría mi bicicleta. Llegó el 2015, los meses pasaron y, al parecer, mi miedo seguía intacto y mi bicicleta “malograda”.

Finalmente, la impotencia por tantas muertes de ciclistas y el poco interés de las autoridades municipales por una ciudad mejor ahuyentaron mis miedos. Así, el pasado viernes, al llegar a casa, esperé un poco hasta que dieran las diez de la noche (hora en que el tráfico es soportable), desempolvé la bicicleta que nunca estuvo malograda, salí de casa y la monté. La conexión fue instantánea, éramos un solo ser funcionado perfectamente. Llegué al Campo de Marte en cinco minutos (me toma 15 llegar a pie), di dos vueltas, luego entré a la ciclovía de la avenida Salaverry y avancé hasta Javier Prado. Hice el recorrido ida y vuelta en 15 minutos; estaba volando, y no sólo en tiempo: ¡Era libre! El estrés se había marchado. Llegué por obligación a casa y no dormí, pero esta vez el motivo fue el exceso de emoción. Quería que amaneciera ya y seguir practicando. Uno de los retos fue participar en una bicicleteada benéfica el domingo pasado. La carrera, además de la donación, consistía en recorrer toda la avenida Arequipa, desde la cuadra cuatro hasta el óvalo de Miraflores, dos veces. Llegué tarde por la lluvia y no pude competir, así que sólo colaboré con la donación, pero hice el recorrido cuatro veces y el corazón se me salía de alegría cada vez que pasaba por debajo del puente Eduardo Villarán. Es bueno ser niña de nuevo, vaya que sí.

El verdadero reto fue ir al trabajo en bicicleta. Había oído que los ciclistas son odiados, tanto por los peatones como por las personas que van al volante, así que me propuse comenzar la semana siendo la ciclista más considerada y amable de la ciudad. Sólo usaría ciclovías, y en las demás calles, manejaría con mucha precaución o caminaría con la bicicleta, ocupando yo un reducido espacio de la vereda y mi bici otro reducido espacio de la pista. Manejé un poco por calles pequeñas y luego entré a la ciclovía de la avenida Arequipa hasta la cuadra 15. Como había olvidado preguntar en el trabajo si podía dejar la bicicleta, la dejé encargada cerca. Sin embargo, y pese a que no interrumpí el libre tránsito de nadie y respeté los cambios del semáforo, fui un total estorbo en la ciudad, pues las personas se irritaban al ver mi bicicleta. ¿Qué pasa aquí? No estaba haciendo nada malo, no retuve a nadie en su caminar, no crucé indebidamente frente a un automóvil. Entonces, ¿qué hacía mal?

Los días martes me toca ir un poco más lejos, y como este martes fue el Día Mundial sin Auto, la suerte era mía. Nuevamente el mismo recorrido, sólo que esta vez llegué hasta la Arequipa con 2 de Mayo, y el tráfico infernal de siempre me esperaba al doblar a la derecha. ¿Y el Día Mundial sin Auto? Otra vez, la sensación de estorbo en la ciudad; otra vez las personas mirándonos, a mi bicicleta y a mí, como inoportunos, y, además,esta vez crueles improperios de conductores y cobradores de micros. ¿Qué hacen micros informales en la avenida Arenales?

Lo mismo me sucedió esta mañana, y tal vez esta situación nunca cambie. Pero eso no me detendrá. No quiero quedarme sentada de brazos cruzados, quejándome y esperando que algún día todos los alcaldes de Lima (sobre todolos de Lima Metropolitana, La Victoria, SJL, etc.) dejen de robar y empiecen a trabajar realmente por la ciudad. No quiero volver a dar excusas ni tener la bicicleta malograda nunca más. Ahora llego a mi destino más rápido, más barato, un poco más despeinada, pero con más energía y mucho más feliz.


Escrito por

noticiasser

Una publicación de la Asociación SER


Publicado en

El blog de Noticias SER

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