Reconocerán quienes han leído el mensaje del superior general del Sodalicio, Alessandro Moroni, que este ha sido un pelín largo, errático y tedioso. Pero en fin. Por lo pronto, ya se percibe una suerte de incipiente mea culpa y de aceptación de lo evidente. Y subrayo: incipiente.

 

Pero claro. Como el arriba firmante es de piñón fijo, es decir, de los que no suelta a la presa, pues ya adivinarán: me lo leí completito. Y hasta lo releí, alucinen. Aunque les juro que a estas alturas uno ya se llega a cansar un poco. Bueno. Hay que seguir. Hasta que caiga el monstruo.  

 

Si toman las cosas en serio, a los sodálites les va a tocar un camino doloroso y desnortado, sobretodo al inicio, jalonado de perversidades y ruindades que se han dado en las narices de las autoridades del Sodalicio, y que recién ahora, por presión de la opinión pública y de la prensa, empiezan a ver como algo que no estuvo bien que pasaran. Que ocurrieran tantas barbaridades y tantas atrocidades abyectas, digo. Vaya por dios. Por fin un pequeño avance.

 

Como sea. Comienzan a reconocer, entre tumbos, algunas cosas. Que Figari ya no es un referente espiritual, por ejemplo. Sin embargo, añaden: “Nadie le quita los aportes”. También aceptan que han “seguido modelos del mundo antes que los del Evangelio”, empero no transparentan la influencia fascista y los efectos perniciosos del diseño vertical y totalitario de la organización, que fue, dicho sea de paso, el principal “aporte” de Figari. Asimismo admiten que han puesto por delante su “imagen” antes que las personas, no obstante no lo dicen de forma rotunda. Finalmente conceden que son malos los “controlismos”, los “autoritarismos”, “la soberbia y la arrogancia”. Y en ese plan.

 

Pero a ver si nos entendemos. Me da la impresión de que todavía están atarantados y no ven con nitidez lo que para muchos es indudable y manifiesto. El problema no termina con la expulsión de Luis Fernando Figari del Sodalicio. Porque Figari tuvo cómplices y encubridores y protectores.

 

En consecuencia, tiene que haber una razzia, a manera de segunda etapa. Si es que, efectivamente, eyectan a Figari, obvio. Algo que muchos dudan, por cierto, como puede notarse en los durísimos comentarios esparcidos en las redes sociales.

 

“¿Qué ha pasado entre nosotros? ¿Por qué? ¿Cómo lo hemos permitido?”, se pregunta un consternado Sandro Moroni en su extenuante mensaje que se aferra desesperadamente a una cita bíblica extraída de una de las cartas de Pablo. “Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1 Tes. 5, 21).

 

Y más adelante, manteniendo el tono contrito, añade: “No supimos reconocer ni sopesar la realidad, reaccionando como hubiera sido necesario. Y todo ello ha tenido consecuencias de sufrimiento para muchas personas”.

 

En fin. Todo esto lo dice Moroni como si el problema empezara y terminara en Figari. Dicho lo cual, tengo el pálpito de que hay algo que está mal en esa reflexión. Por lo que dije antes. Están concentrando la culpa en el pez más gordo, en el más visible, quien no es otro que el insaciable pederasta que se alimentaba de sus propios subalternos. Y no sé ustedes, pero a mí me suena a lógica absurda. Porque si creen que simplemente eliminando las fotos de Figari y enterrando sus publicaciones y vendiendo las casas que lo traen al presente (La Pinta 130, los centros de formación de San Bartolo, las casas de Santa Clara, y así), están totalmente equivocados. Totalmente, repito.

 

Hasta que no expectoren al séquito de apañadores, más temprano que tarde, aparecerán otros pederastas, por el hecho de que no quisieron hacer las cosas bien, justamente por no saber “reconocer ni sopesar la realidad”.