En Ex Machina, un programador tímido llamado Caleb (Domhnalll Gleeson) gana un viaje a la casa de Nathan (Oscar Isaac), el dueño de la empresa en que trabaja, una especie de mezcla entre Google y Facebook llamada Bluebook. El objetivo del viaje es que Caleb evalúe el nuevo invento de Nathan, que cree haber construido un robot con inteligencia artificial pero necesita que alguien más le aplique a su creación el test de Turing.

En realidad, la prueba que ejerce Caleb sobre la creación de Nathan no es el test de Turing (que consiste en la observación por un tercero de la interacción entre dos individuos, entre los cuales tiene que distinguir al humano de la máquina), pero Ex Machina se toma la libertad de simplificar este punto de la discusión conceptual para no confundir a la audiencia (cosa que hará prolijamente y con cosas más importantes más adelante). La dinámica que sigue muestra una serie de reuniones entre Caleb y la robot, Ava (Alicia Vikander), interrumpidas por la inquietante convivencia en casa de Nathan.

Desde el principio, queda claro que Nathan es un narcisista extremo: sabe que es un genio, sabe que Caleb lo admira y sabe que ha conseguido su objetivo al crear a Ava. Oscar Isaac, cómo no, es preciso en su interpretación y consigue un personaje a la vez escalofriante y capaz de generar cierto grado de empatía en el espectador. Nathan está tan bien construido que, al final de la película, queda claro exactamente cómo se convirtió en el 'villano' (¿o no?) que es cuando lo conocemos. Así, quizá lo mejor del guion nominado al Oscar sea cómo termina por darle la razón en todo a este ególatra que, aunque Ex Machina consigue que lo olvidemos constantemente, es un genio.

La robot, por su parte, es un ser sorprendentemente nuevo. Unos efectos visuales (también nominados al Oscar) que no tienen nada de espectacular nos recuerdan constantemente que Ava es una máquina, pero se ensamblan con tanta naturalidad al movimiento de su cuerpo que, cuando empieza la verdadera interacción con ella, se olvidan con facilidad. Además, Ava se comporta realmente como una niña ansiosa de conocer el mundo y, por supuesto, a Caleb.

Uno no tarda en hacerse las mismas preguntas que Caleb: si un objeto muestra actitudes que parecen humanas, ¿eso significa que tiene conciencia? Si algo tiene conciencia, ¿eso le otorga derechos a la vida y la libertad? Si un robot se comporta como un ser humano hasta el punto de ser imposible distinguir sus acciones de las acciones aleatorias y libres de las personas, ¿eso basta para considerarlo humano? Sin embargo, estas preguntas no son las que distinguen a Ex Machina de otras películas como Bladerunner o Artificial Intelligence, e incluso de personajes más antiguos como el monstruo de Frankenstein o Pinocho.

Los parecidos de Ava con sus antecesores se ven modificados por un elemento simple, pero iluminador: Ava tiene una sexualidad y todas las actitudes y sentimientos que vienen con ella están realizados de manera realista. Para Caleb, la fuerza de esa cualidad, que no se esperaba en absoluto, es tan grande que le pregunta a Nathan si Ava está programada para seducirlo. Ava evidentemente está programada para ser capaz de amar, de seducir, de sentir deseo. ¿Eso significa que, cuando demuestra amor, seducción o deseo, esos sentimientos son reales? ¿No sería una persona también capaz de fingir? ¿Perfeccionaría una máquina esa capacidad más que un ser humano?

Este es el tipo de cuestiones (entre muchas otras) que hacen de Ex Machina una película fascinante y capaz de generar discusiones acaloradas. Sus dos nominaciones al Oscar parecen, entonces, justificadas: por un lado, la comunidad de especialistas en efectos visuales de la Academia estadounidense nomina a Ex Machina no tanto por el espectáculo representado en las otras nominadas (como, por ejemplo, el trabajo realizado en prácticamente todas las tomas de Mad Max), sino por su habilidad para ocultar las costuras entre tomas. Ava es el único producto computarizado de la película, y está hecha para que uno dé por hecha su presencia, no para dejar a los espectadores con la boca abierta.

Lo que sí lo deja a uno con la boca abierta es el guion, por el que el director y guionista Alex Garland ha sido nominado como Mejor guion original. Garland hace todo menos subestimar al espectador, permitiéndole a Caleb ser un personaje inteligente y capaz de las preguntas filosóficas de la película en vez de convertirlo en una excusa para explicarle las cosas al público. Aunque es verdad que el personaje de Gleeson es algo soso, su pasividad es a la vez una herramienta para que haya una historia que contar (alguien un poco más lúcido habría salido corriendo al segundo día del experimento). 

En todo caso, la combinación que Garland consigue entre densidad intelectual y acción verdaderamente escalofriante convierte a Ex Machina en una película memorable que se merece un lugar entre las historias de ciencia ficción más innovadoras de nuestro siglo.


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