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cesáreo 'chacho' martínez y JUAN OJEDA

Elogio de la noche y el fuego (Cesáreo 'Chacho' Martínez)

Publicado: 2016-02-25

Conocí al poeta Cesáreo Martínez en el Patio de Letras de la Universidad de San Marcos en 1975 cuando acababa de trasladarme –desde la Universidad de Piura - a dicho centro de estudios para seguir Literatura. Yo conocía su obra por una plaquette aparecida el año anterior titulada Migraciones publicada por la Colección Gárgola que editaba el poeta Danilo Sánchez Lihón. De pronto, empezamos a conversar en una de las bancas del famoso Patio e inmediatamente nos reconocimos poetas y a partir de allí nos unió una profunda y hermosa amistad que perduró hasta el día de su desaparición física. Era práctica diaria el encontrarnos en el mencionado Patio y departir ampliamente sobre el único y gran tema que obsedía nuestras mentes: la poesía, y cómo concebir y componer el mejor poema –estéticamente hablando - y al mismo tiempo uno que representara las aspiraciones y el sentimiento de las masas explotadas de nuestro pueblo; esto último sobre todo después del gran Paro Nacional Unitario del 19 de Julio de 1977 que conmocionó al país entero. En esas circunstancias Chacho –como a él le gustaba que lo llamáramos sus amigos - escribió las Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga) cuya belleza de estilo e identidad política asumida poéticamente colocó a Cesáreo Martínez como el poeta más importante de toda aquella época que nos tocó vivir, durante la segunda mitad de los 70s y el principio de los 80s. Más allá (o más acá) de esta singular experiencia, nuestro poeta vivió una intensa bohemia –siempre al lado de su íntimo amigo el gran poeta Juan Ojeda - a su arribo a la capital desde su natal Cotahuasi en Arequipa. La crónica que sigue es un fiel testimonio de aquella extra-ordinaria vivencia. [Roger Santiváñez]

Elogio de la noche y el fuego (1)
por Cesáreo 'Chacho' Martínez (2)

En mayo de 1968, tres jóvenes escritores vivieron una apasionante experiencia con el poeta Martín Adán. Ellos son Juan Ojeda, Gregorio y Cesáreo Martínez. Juan Ojeda murió en un accidente (sus amigos cercanos presumen que suicidio) en noviembre de 1974. Martín Adán murió después, en 1985, de muerte natural. Martín Adán (seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides), poeta genial, era una leyenda viva. Aún adolescente, deslumbró a la vanguardia literaria peruana con su libro La casa de cartón, que publica con prólogo de Luis Alberto Sánchez y colofón de José Carlos Mariátegui, en 1928. En adelante su poesía y su vida – absolutamente indesligables – seguirían un curso atormentado en la búsqueda del ser, logrando espacios de rotunda luminosidad, único en la literatura peruana. Aquí se rememora la increíble aventura en homenaje a Juan Ojeda, mi entrañable amigo.  

- Ahí pasa la poesía - dijo Juan Ojeda señalando el corpachón vetusto (3) que pasó a nuestro lado y discurrió pesadamente hasta recalar en el fondo del bar Palermo.

Nosotros, aún jóvenes díscolos, habíamos empezado a beber en el bar Chorito, cerca a la ciudad universitaria de San Marcos. Era mayo de 1968 (4). En París la revolución estudiantil estallaba con himnos de libertad y en el Perú el primer gobierno de don Fernando Belaúnde tocaba fondo, arreciado por la crisis política que propiciara el golpe de Estado meses después. Éramos jóvenes; además, poetas. Cualquier encuentro nuestro era un verdadero encuentro porque andábamos en la misma, tenaz y alucinante búsqueda.

Aquella tarde, en el patio de Letras de San Marcos, Ojeda hizo correr la vorágine de sus lecturas, tesoro muy suyo - que lo hiciera querido y respetado, aunque algunas veces temido -: San Agustín / De Sade, Propercio / Mallarmé, Bocaccio / San Juan de la Cruz, Juan Eckhart / Hegel, Paracelso / Bataille, Guamán Poma / Rimbaud, Lautreamont, Van Gogh, Malcolm Lowry, Artaud… Marcuse. Ojeda ese día hablaba de literatura y política. Quería hacer literatura y cambiar la realidad, y con Marcuse nos arrastró hasta el Chorito, donde empezamos a beber escuchando canciones de la Nueva Ola.

A eso de las seis, cuando ya andábamos peligrosamente achispados, Ojeda propuso un "descenso a los infiernos", y el grupo acogió la idea candorosamente.

Llegamos al bar Palermo un poeta de contextura fragilísima y modales afectados, el fornido Goyo Martínez, David Motta (estudiante de Arqueología y poeta en cierne, fallecido en Huancayo en julio de 1996, donde realizó verdaderos hallazgos en torno a la cultura Huanca), Juan Ojeda y el que escribe. Nos ubicamos en una mesa cercana a la de Reynoso, que era la que estaba junto a la vitrina en cuya luna horizontal se podía apreciar – invertidas - las hermosas piernas de las muchachas que pasaban por la acera de Colmena.

El vetusto corpachón que al pasar inquietara tanto a Ojeda, bebía pausada y silenciosamente al fondo del bar. Era Martín Adán, el gran demiurgo, a quien meses atrás Juan y yo habíamos seguido por las calles del centro, durante un día entero, sin atrevernos a abordarlo. Tenía fama de solitario encallecido y animal huraño.

Aquí mismo, en otras ocasiones, muchos escritores que intentaron beber de su palabra habían fracaso, repelidos con un "déjeme vivir" pronunciado sin levantar la mirada. De modo que nosotros no nos hacíamos ilusiones al respecto; bebíamos simplemente, ebrios de placer, con la certeza de que lo sagrado estaba allí, en el fondo del bar.

RITO DE SELECCIÓN

Después de habitar el tiempo que duraron sus tragos pausados y meditar en público, Martín Adán se dispuso a salir. Nos pusimos en guardia paro observarlo mejor, si fuera posible tocarlo, aunque fuera sólo con los ojos. Pero al llegar a nuestro lado inexplicablemente se detuvo: “Martín Adán, ¿puede sentarse en vuestra mesa?”, dijo con una voz temblorosa y cargada de tiempo. Como por un acto reflejo, cada uno de nosotros arrastró una silla para ofrecer al maestro. “¡Ajj!”, dijo, desaprobando nuestro gesto. Pero descargó su cuerpo solemnemente sobre una de nuestras sillas.

Su presencia entre nosotros, así de sopetón nos cortó el aliento. Nadie dijo nada. Esperábamos su palabra, la que, suponíamos, nos instalaría cómodamente en la poesía. Después de un tiempo lleno de tensiones, el poeta de los modales afectados empujó su silla hacia atrás, y ensayando una mirada a lo Nietzsche, le dijo: “Martín Adán, ¿qué fue Aloysius Acker?”, aludiendo a su famoso poema. Repentinamente molesto, Adán posó una mano regordeta sobre la mesa y respondió: “Jovencito, no me gusta tu mirada, ¿puedes retirarte?” Ante el peso de esas palabras no hicimos nada por retener al amigo. “Somos jóvenes poetas”, tanteó el buen David Motta. Adán lo caló desde muy lejos: “Gordito, pareces un hombre muy feliz. Tal vez seas empleadito bancario, ¿puedes retirarte?” El pedido era tan implacable que nuestro querido Motta tuvo que retirarse asegurándonos que se iba a leer a Martín Adán en su casa.

"¡Ser, sólo ser, y siempre ser, / Uno solo ante el Universo!... / ¡Lejos del Tiempo! Ser como yo nací / Ser como yo lo siento / Serme sin rosa alguna / Serme eterno… / ¡Ah, piedra podrida, / Cómo me estoy muriendo! "(M.A). Petrificados, atontados y célebres a nuestro modo, no sabíamos qué hacer. El rostro de Ojeda estaba sudoroso. Sin embargo él aguardaba incólume, afincado en su propia realidad. De pronto, Martín Adán aflojó su cuerpo y sin mirar a nadie deslizó unas palabras: “Bueno, beberemos. Pero nada de literatura."

lo que era el bar palermo

RITO DE PURIFICACIÓN / EL SIGNO.

Ojeda tenía la mirada centellante y los cabellos encrespados, momento [conocido por nosotros] en que su talento, exacerbado por el alcohol, se tornaba temerario. “¡Martinica!” - grito -, dibujando con los dedos en el aire un signo obsceno.

Sino es de literatura, ¿de qué se podía hablar? "Funesto el mar de eternos elementos, morada del linaje/ humano: / Oscuras cuevas, huesos de marsopa, obstinados helechos/ crecen/ lnterminables en las ribas." (J.O). Bebíamos con fruición y hablábamos tímidamente, tratando de sobrevolar el campo sagrado de la literatura. Ese había sido el pacto, mejor dicho la orden de Adán. Alargamos las horas acariciando la fortuna de estar allí. No mencionamos nuestros proyectos. No podíamos hacerlo en su presencia, puesto que cualquier proyecto – literario o político - por muy esencial y sostenido que fuera, siempre sería insignificante ante ese portento de sabiduría y experiencia que poco a poco, ante la contundencia de los tragos, empezaba a ceder.

Ojeda tenía la mirada centellante y los cabellos encrespados, momento [conocido por nosotros] en que su talento, exacerbado por el alcohol, se tornaba temerario. “¡Martinica!” - grito -, dibujando con los dedos en el aire un signo obsceno. “¿Es cierto que te gusta?” El rostro de Adán se iluminó desmesuradamente dejando a la intemperie una barba de semanas. “Muchacho - dijo -, recién te estás humanizando. Pero si te interesa saber, aún no lo he probado”. Y esbozando una sonrisa lejana, agregó: “Pero no me la pierdo antes de morir”. Entonces estalló la carcajada unánime, el puro y limpio jolgorio, las chocaditas de vasos. A partir de ese momento Adán se convirtió en el compañero mayor de la mesa.

RITO DE COMUNIÓN / EL ASERRÍN

Cuando Palermo cerró pasamos al Chinochino, el famoso bar de al frente, a sugerencia de Martín Adán.

La del Chinochino era una fauna diferente a la que poblaba el Palermo. Bebedores empedernidos, escritores y artistas radicales mezclados con ex putas y merodeadores, armaban el gran desbarajuste babilónico. Sumisos por la adhesión al maestro, seguimos a Adán hasta una mesa que él eligió en un apartado del bar. "He oído las voces, he oído los clamores / absurdamente sostenidos como en una feria. / He comprendido el propósito y la argucia, / y todas las cosas hacia atrás revolviéndose. / El dolo preside en el consejo de los hombres, y sólo / la futilidad." (J.O.) Una vez sentados y a buen recaudo, Ojeda prosiguió con su interpretación de La rama florida de Fraser, iniciada en el Palermo. Decía que Occidente se había extraviado en su racionalidad, extraviando a su vez al espíritu humano. "Poesía se está de fuera: / Poesía es un quimera / Que oye y a la vez y al dios / Poesía no dice nada: / Poesía se está callada, / escuchando su propia voz." (M.A.) Adán recitó varios cantos de El paraíso perdido de Milton. Juan respondió con La Ilíada. Y de este modo se inició un feroz contrapunto, el amoroso intercambio de versos y autores que se grabó en mi memoria y aún me sobrecoge en mis días de carencia.

De Homero pasaron fácilmente a Virgilio. De Virgilio a Dante, deteniéndose en Las confesiones de San Agustín. La Edad Media efectivamente tenía "olores a establo y pedrería" (5). Erasmo, el de Rotterdam, paseando sus ojos entre los monjes benedictinos. Bacon, el templario número uno, arremetiendo con su Instauratio magna. Sí, había cierto candor en las cruzadas que libraba el hombre por poseer el conocimiento. Y naturalmente existía una línea directa que se extendía desde Ítaca hasta Dublín, donde deambulaba Leopoldo Bloon masticando palabras. “¡Yoas!”, dijo Adán, desembarcándome de una tímida perorata. Porque en mis clases de Literatura inglesa con Paco Carrillo decíamos “Yois”. La evocación en Proust era el meollo del asunto literario, mientras que la cultura occidental era un cadáver para Antonin Artaud.

Sin damos cuenta estábamos al borde del amanecer. Ojeda quería ritmo, es decir, quería música, y como el consenso era migrar, cargamos con Martín Adán. Juan de un brazo y yo del otro, nos lo llevamos a La llegada, que quedaba exactamente a la espalda del Palermo, en el Jirón Apurímac. Allí la atmosfera era sencillamente insoportable: homosexuales groseros y trúhanes de medio pelo entregados al desenfreno celebraban su ruidosa existencia a su modo. Adán hizo un gesto de asco y nos sacó de allí. (6)

la casa de Martín Adán en lima quedaba en el jirón apurímac 344
y la librería de juan mejía baca en el jirón Azángaro N° 722

Nos fuimos al Muymuycito, un minúsculo bar en el jirón Azángaro, en la misma cuadra de la librería de don Juan Mejía Baca, entrañable amigo del poeta. El Muymuycito era un sucucho anodino para cualquier persona de clase media. Pero para los habitantes de la noche – cualquiera fuera su condición social – poseía un embrujo especial. Porque allí había una rockola increíble: Ray Connif, La Sonora Matancera, Juan Sebastián Bach, Leo Marini, El Picaflor de los Andes, Fausto Papetti, Strauss, Los Beatles, y toda la cáfila del sentimentalismo criollo.

Allí Ojeda realizó otra de sus proezas. Durante la noche había deslumbrado al maestro con la solidez de sus conocimientos. Ahora que la luz del día revelaba nuestras identidades con más intensidad, Ojeda, sacudiéndose de los conocimientos, puso una guaracha y sacó a bailar a Martín Adán. Antes había visto bailar a Juan, pero esta vez era evidente que él se considerase partícipe de un ritual sagrado. Siempre con su terno impecable, se movía con mucho ritmo, daba vueltas en torno a su pareja con la mirada encandilada, diciéndole: “¡Martín, el aserrín… Martín, el aserrín!”, cábala que el maestro descifró como que le decía “estamos pisando tierra”. Fue entonces que Goyo y yo comprendimos que entre ellos se había establecido una comunión secreta que de algún modo nos excluía.

EL CHINO LAY / MI “MATRIMONIO”

Al cabo de unos minutos volvió, y para nuestro asombro depositó sobre la mesa todos los libros de Martín Adán, diciéndole: “Maestro, una firmita”. Adán lo miró desconcertado. “¡Oriental! - le dijo-, ¿quieres recitar a Li Po?” “Para usted, maestro, en cantonés” – repuso Lay -.

Nos despertamos en “Casa de las Américas”, que así llamábamos a la casa de Gregorio Martínez en homenaje a la de Cuba, y porque estaba ubicada en la cuadra dos de la avenida Las Américas, en Balconcillo.

Martín Adán nos aguardaba sentado en el sillón de la salita. Advertimos que no había cerrado los ojos, y de paso diré que tampoco los cerró en todo el tiempo que estuvo con nosotros.

Al vernos amodorrados y todavía soñolientos, nos dijo: “Muchachos, cómo se destruyen durmiendo”. Era las tres de la tarde y sobre Lima flotaba una densa neblina. "La herrumbre del invierno dejó sus cicatrices / Entre las cañas de bambú, y los sirgadores emigraron / Sólo Shen-nung, inventor del arado, erraba ciego / Rostros detenidos en el perpetuo hueco del tiempo / Meng Zi contempló su imagen / La Realidad aparecía y desaparecía" (J.O.) Gregorio sugirió la cebichería del Chino Lay que quedaba en la primera cuadra de Las Américas. Allí Adán, manso como un padre amoroso, absolvió todas nuestras inquietudes sin reticencias. Nos contó la historia de Aloysius Acker, el poema que lo hundió en un profundo abatimiento y que por eso tuvo que ser abandonado. Nos aclaró punto por punto los entretelones de su mitología personal. El viaje que hiciera a Arequipa “solo para cojudear a la burguesía arequipeña”, cuando su tío José Luis Bustamante y Rivero lo envió para que se hiciera cargo de la presidencia del directorio del Banco Hipotecario, cargo que asumió al día siguiente de asumirlo. Nos dijo que el “califa” Piérola había vaticinado, con la mano derecha puesta en la cabeza del recién nacido Fernando Belaúnde, que éste llegaría a ser dos veces presidente del Perú. “Fernandito, Fernandito”, repetía, nombrando familiarmente a quien moraba en palacio de gobierno.

En la cebichería atendía una muchacha muy agraciada con la que yo tenía cierta familiaridad. Al ver que la miraba furtivamente, Martín Adán me dijo que el amor era bueno para la poesía pero no para para la felicidad. "Lejos, aquí, llovía / el cielo en tus manos, / un cielo pequeñito, / profundo, solitario" (M.A.). De tiempo en tiempo yo me acercaba a la muchacha para decirle mi linda y andina Rita de junco y cuculí. Seguimos bebiendo.

En uno de mis rodeos por el mostrador donde se encontraba la muchacha el Chino Lay me preguntó si el caballero que estaba con nosotros era Martín Adán. Sorprendido, le dije que sí. “¡Ajá!”, dijo y desapareció violentamente. Al cabo de unos minutos volvió, y para nuestro asombro depositó sobre la mesa todos los libros de Martín Adán, diciéndole: “Maestro, una firmita”. Adán lo miró desconcertado. “¡Oriental! - le dijo-, ¿quieres recitar a Li Po?” “Para usted, maestro, en cantonés” – repuso Lay -. Y empezó a deslizar unos versos que Adán repetía con deleite. Luego Lay tradujo para nosotros. Adán se puso de pie, lo abrazó y le dijo: “Llama a la muchacha; la vamos a desposar con este mancebo”, señalándome. Lay llamó a María, sobre quien parecía tener derechos, y Martín celebró nuestra “boda”.

ESquina donde quedaba "Las Américas", balconcillo, cebichería donde martín adán
"casa" a chacho con la muchacha de junco y capulí

Ojeda, que casi nunca hablaba de su propia poesía, empezó a recitar Elogios de los navegantes. Adán lo escuchaba muy atento, mientras Lay traía más cervezas. Cuando Juan terminó hubo un cerrado aplauso desde las otras mesas. Adán, visiblemente sorprendido, lo tomó por los hombros y le dijo: “Muchacho, ¿de dónde me sacaste eso?”. Yo me lancé con La mano desasida y Adán volvió al Ulises. Ojeda decía que su proyecto literario era escribir un extenso poema con la misma estructura y densidad conceptual de El capital. Goyo arremetió con "Vine a Comala porque mi madre me dijo que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Paramo..." Así consumimos toda la tarde y completamente ebrios regresamos a la casa de Goyo.  

DIARIO DE POETA

Al día siguiente nos despertamos sobrios, pero adoloridos. Adán yacía en su sillón, fresco y con la misma mirada del día anterior. “Lay nos espera”, nos dijo poniéndose de pie. Ojeda tuvo que hacernos una señal para que no objetáramos. En lo de Lay, al pedir los cebiches, recién tuvimos conciencia de que Adán no comía. El día anterior no había ingerido bocado alguno y ahora también se resistía a comer. “En ciertas circunstancias los alimentos y el sueño perturban”, nos dijo, ante nuestra insistencia. A Goyo se le habían agotado los dineros y habló con Lay para pagarle después. Lay no se hizo ningún problema y trajo las cervezas. Pero Adán dijo que ese día pagaba él. Desabotonó su viejo abrigo mugriento. Adentro llevaba otro, de color azul y relativamente cuidado. De los bolsillos de éste sacó dos libretitas de forro negro. Una contenía un fajo de billetes de cincuenta soles, y la otra estaba totalmente escrita con temblorosa caligrafía. Era Diario de poeta, libro que estaba escribiendo. A Juan se le fueron los ojos y le pidió que nos leyera algo. Martín Adán accedió y, sobrios como estábamos, asistimos a un lento y pausado resquebrajamiento de rocas.

Lo que escuchamos y dijimos durante ese tercer día de nuestra aventura con Martín Adán lo dejamos a la imaginación del amable lector. A Martín Adán lo abandonamos en el bar Chinochino, a las diez de la noche, solo y muy seguro, con los ojos sumamente abiertos. Y como es del dominio de los iniciados, los dioses también son mortales: "Nada hay en los dominios frescos / del sueño o la vigila. / Así / he considerado con indiferencia mi vida, / y debemos marcharnos." (J.O)

"Esa fotografía donde cesáreo martínez aparece, como César vallejo, apoyado en una roca y mirando las musarañas, en un paisaje andino, se la tomé en canta, en una calle empinada por donde paseaban unas nubes gordas y confianzudas, que en un abrir y cerrar de ojos se volvían tormentosas." (gregorio martínez)


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(1) Con el permiso de la familia recogemos esta crónica del libro de Cesáreo 'Chacho' Martínez Cuadernos de los encuentros : crónicas SINcrónicas (Municipalidad de Lurigancho, 1999), vendría a ser la versión original, algo ampliada y corregida, de aquella que apareció en El Peruano el 11 de noviembre de 1991 bajo el título que alude a las obras de Adán y Ojeda: Travesía de los navegantes", con el subtítulo Encuentro entre Martín Adán y Juan Ojeda

En ambas entregas Cesáreo manifiesta en la introducción que éstas tienen como motivo el recuerdo de Juan Ojeda, "el amigos que más quiso y siguió en el ideal poético" (Gregorio Martínez) 

La crónica tuvo mención honrosa en el Concurso de Comunicación Social "Señor Presidente", en el género Testimonio, convocado por la Secretaria de Prensa de Palacio de Gobierno, en 1991. 

(2) Césareo 'Chacho' Martínez (Cotahuasi, Arequipa, 1945 - Lima, 2002), el poeta peruano que, según José Carlos Yrigoyen y Carlos Torres Rotondo, más se acercó a la actitud de Joe Strummer y The Clash; nos dejó libros donde podemos leer, por ejemplo, "No, señores del poder / vuestros  decretos no lograrán despojarnos de la piel. Y vuestros periódicos nos hacen cosquillas, informan que hay paz social en la luna. / No, señores del poder. / Somos millones que untamos la máquina con grasa humana / y rascamos esta tierra sometidos a un sistema ilusorio. Sin aire, sin sueño, / sin oler la punta del día domingo / por pensar en nuestros miles de presos" (Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga), 1978), "En la construcción de los cielos redondos / En la construcción de las aguas nuevas / Y en la producción de los nuevos sueños / Todo con nosotros, nada sin nosotros" y "Queridísimos dirigentes de izquierda. Este no ha sido un canto de dolor individualista, sino un lamento de las masas, porque ustedes traicionaron a sus aspiraciones. Ahora, amainado el vendaval y aplacado el corazón, les exigimos una autocrítica en la práctica, un cambio radical de actitud, si no quieren ser barridos por las masas. Y ojo que si ustedes se enmiendan, la historia no los juzgará, porque ya sabemos que la historia no se ocupa de la mierda" (Donde mancó el árbol de la espada y arcoíris (Bando para que la dirigencia se alinee con las masasa),1980)

(3) "una sombra" dice en la versión de 1991.  

(4) Gregorio Martínez precisa en Travesía de Extrabares que fue el 13 de mayo de 1968. Fecha en la que Adán tenía 60 años; Gregorio 'Goyo' Martínez, 26; Juan Ojeda, 24; y Cesáreo 'Chacho' Martínez, 23. 

(5) ¿Alusión a uno de los poemas de Consejero del Lobo de Rodolfo Hinostroza?

(6) La descripción de La LLegada no aparece en la versión de 1991. 



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Barranco de cartón

Proyecto de la asociación Isegoria sobre la función pública de artistas y escritores, aquella que nos hace mejores ciudadanos.